top of page
Marco López Aballay

Sobre "Un brote de álamo en el cemento", de Camilo Muró


Dime si tu candado es el corazón / y tu sangre el aceite en la cadena



Por Marco López Aballay


Desde las primeras páginas advertimos un constante acto de despedida del autor, como un duelo que se revela ante los acontecimientos comunes, aunque no por ello menos inquietantes, considerando que los aludidos son seres cercanos y amados: su hijo, un poeta, un amigo que desapareció sin dejar rastro, un muerto en medio del camino. Ante tales acontecimientos, el poeta se viste de traje, recorre calles, visita sueños que cuelgan de su cama y dibuja rincones alojados en su mente. Y si bien es cierto el telón de fondo se cubre de álamos como una continuidad de sus obras anteriores ahora percibimos la acción de múltiples personajes que pululan de aquí para allá, como actores de reparto entre escenas inconclusas, diálogos sinsentido, palabras al viento que nadie oye. El poeta se esfuerza en comunicarse, aunque presiente el salto al vacío de sus palabras inútiles ante el riesgo de querer decirlo todo. En esas instancias se mueve Camilo Muró (San Felipe, 1974), y persevera en el manejo de palabras, el tono de su voz, y la agudeza de su olfato mientras se desdobla entre el pasado y el presente. Como un santo con el don de la bilocación y sus manos con llagas olor a vino.


A él deben escuchar / sus palabras son verdaderas. / Se han escrito crónicas de él / incluso salmos. / Cada arruga en sus manos / fue un río con mucho desperdicio / pero ha sabido con los años protegerlo / para que bebamos de sus corrientes / A él deben escuchar / y respetarlo cuando les sirva de la jarra enlodada. / A él que lo ignoraron en bares y ferias / y ahora les amplía con sus aguas / el ancho del corazón. (pág. 12).

Orinaste en aquellas aguas, / rompiste en las piedras la botella en que bebías / soñaste estar cenando entre putas y / malhechores, / creíste liberar a todos de sus pecados. // Pero sacaste de tu manto otra botella / y la bebiste sangrándote las manos / como si fuese el estigma de un santo / partiendo piedras sobre un río / lleno de desperdicio. (pág. 59)


Muró recoge algunas piezas del puzle de su pasado y sus dedos se agitan ante el teclado que no para de sonar tras la ventana. Del otro lado asoma la sombra de un álamo antiguo que le arrebata la fotografía de su presente. Las hojas de aquel árbol lo integran al átomo de la conciencia divina que de vez en cuando le recuerda que hay territorios más allá de la muerte, tierras vírgenes que aguardan su pluma y papel para revivir ante la violencia de sus palabras, la fealdad de sus manos y la brillantez de su mirada.


Vine a verlo / y a escuchar como cantan las aves del más allá. / Llegué a saludarle / saber del frescor de ultratumba / y la de unas manos que desde ahí / calme los infiernos del hombre / sobre su cadáver. Al entrar / me recibió un suave silbar de pimientos / fue como llegar con los pies ardiendo / a su camposanto de acequias. (pág. 37)


En la poesía de Muró la mujer representa una extraña energía que abofetea su rostro y alimenta de aire sus pulmones cubiertos de nicotina. Aquella es un símbolo de misterio frente al poeta y su viento sopla fuerte entre estas hojas amarillentas. De ahí que el poeta, en gran parte del libro, se nos aparece como un caminante que recorre los bosques y su naturaleza encantada. Un estado natural es esta soledad de Muró, la que es interrumpida por la presencia de aquella mujer que conoce desde hace siglos:


La veo llegar en las mañanas / trabaja mucho / lo primero que hace es barrer. / Le vi en un momento sacar libros de su bolso / seguro que en otro espacio leerá y subrayará. / En esa cortina de tiempo aprende y trabaja / destaca lo que puede ser importante y lee / repasa mientras come algo / lee en el baño en sus cortinas de tiempo. (pág. 20)


Desde su centro de gravedad nace un torbellino de palabras que lo llevan por parajes mentales o reales de acuerdo a su estado de ánimo que a veces intuimos nostálgico y acaso desesperado. Su memoria colectiva le permite desplazarse por las líneas de un tiempo tan antiguo como la palabra. El poeta se funde en ese espacio creado solo para él. A veces huye, chapotea bajo la lluvia, resbala, cae. Pero enseguida se levanta. Un puñado de poemas lo protege para traerlo de vuelta una vez más. Siempre habrá palabras para crear castillos sobre un papel amarillento. Afuera hay paisajes, a veces horrorosos o bellos, que se entrecruzan en la ruta de su mente. El poeta levita sobre la Cruz del Sur y desde las alturas contempla su tragedia.


Enciendo fuego con vigas caídas / de otros tiempos / ahí, cerca del corazón otros seres / me llaman con un sonido de plata en sus voces. // Junto a estos elementos / mis nervios fulminan un crujir / y soplo para que no se detenga / este girar de molinos tornasolados. / Me lleno desde dentro y su falda roja / aturde las iglesias de abejas y cucarachas. // Me copo dentro, junto a un estómago / con sus obreros ahogándose de vino y sal. // Ahí otro ser se acerca desde los músculos / y cada terremoto en el mundo / es un latir que a mi mano enloquece. (pág. 43)


A lo anterior se suman tragedias de otros seres que se acercan al médium Muró y se horrorizan ante una voz que transmite una tragedia superior: la de existir. Acaso en su escritura encuentre la clave de la existencia y nos enseñe a respirar a medianoche cuando los parientes y amigos irrumpan en el sueño. Pero los versos del poeta disparan mensajes sobre un telón de fondo que nadie ve. Acaso el ejercicio de lectura ha muerto y no queda otra que disparar versos al pasado más remoto. Mejor será entregarse a los espejos de su obra. Abofetear su rostro mientras se lee a sí mismo sin interrupciones de ninguna naturaleza:


Antes que muriese / le dije que me gustaba su obra, / realmente toda su poética. // Su lírica que me estallaba dentro / me ayudó mucho. Presentí que así eran los verdaderos poetas / que efectivamente las dimensiones / cobran su distorsión / ante la muerte. Falleció en esos otoños retratados / en mis primeras lecturas, me gustaba como nos hacía cruzar / torrentosos ríos / y ahí reventarnos con sus poemas bajo el agua. Antes que partiera se lo dije / le dije que también influyó en mí / y que realmente admiraba su obra (pág. 29).


Comments


bottom of page