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Marco López Aballay

Sobre "Cuaderno de deportes", de Elvira Hernández

Parar la olla es el más elemental de los equilibrios


Por Marco López Aballay


En base al fenómeno social que suscitan los Juegos Olímpicos en este caso Atenas 2004 los poemas de Cuaderno de deportes (Provincianos Editores, 2021) logran cierta provocación, política si se quiere, o moral si cabe el concepto en el cajón de estos versos. Pero el discurso se sostiene gracias a la ironía que le da un tono liberador, como un tubo de escape que espanta los gases tóxicos del doble discurso, la manipulación de las masas, el mercantilismo deportivo con todo el aparataje que implica.

Elvira Hernández (Lebu, 1951) busca en este libro las ramificaciones del lenguaje para conectar realidades que cubran parte de un espacio que se escapa, o, dicho de otro modo, rescatar las piezas de un orden secreto para demostrar al mundo (y a sí misma) que no todo está perdido. Mientras exista lenguaje y herramientas para trabajarlo podemos manipular nuestros estados anímicos y pasearnos por la ciudad sin temer al precipicio. A ratos los versos toman el rol de una secuencia de película con escenas de violencia (Franja de Gaza); aeropuertos atestados de deportistas fajeados, máquinas de nadar y monstruos deportivos. A lo anterior se suman los monólogos o diálogos que apuntan, como flechas, las pupilas del lector de turno: Vamos al grano susurró el micrófono: / «Lo más importante es demostrar / la mens sana in corpore sano / aun cuando no se ostente el biotipo. / Y usted ha de tener algún retorcimiento / frontal o temporal que le impide ver / las cosas como son. De lo contrario / no habría abierto la puerta tratando de / meter la mula de Píndaro y otros atados» (pág. 14).

Bofetadas van y vienen ante el espejo que ahora la vigila en su pose de poeta y deportista: Lamento | dijo el hombre con su terno amarrado a duras penas. | Lamento decir que no encontrarás oficina alguna | en este edificio-país | que te abra puertas para acompañar a nuestra gente. | No tienes chance prosiguió | retomando la pista del tuteo: | «No eres periodista ni camarógrafo ni utilera | para llegar tan lejos. | No tienes forma de nada | para tocar tus versos en esta retreta | o retrete | donde estamos metidos». (pág. 15).

En esa escenografía, la poesía no encaja y pierde su fuerza ante los acontecimientos que anuncian el desastre. No obstante, la poeta agarra sus guantes y da la pelea en ring imaginarios que huelen a abandono después de la guerra. Pero la avalancha se viene y hay que ordenar los acontecimientos para recrear el discurso que apunta en su texto cerebral.

Ante tales situaciones debemos aceptar la globalización de las ideas que sustentan una extraña escenografía mental: pensamos en español, pero cantamos en inglés, vivimos en Putaendo y Hollywood cuelga en una pared, al caminar imitamos el spot publicitario e imaginamos un casting en los cerros de Chincolco. Leemos el Cuaderno de deportes y arrastramos las cadenas del lenguaje que nos ata a una memoria colectiva de siglos y se impone como monedas de bronce en la garganta. De simples espectadores pasamos a la pista para recorrer los bordes de este libro y saltar las vallas de sus versos que huelen a cenizas, a humedad, a músculos desechables. El deporte y la poesía se unen y se prostituyen entre las calles de Grecia y Santiago de Chile.


Sé que no podré decir que las vallas están altas | o que las fuerzas se recogen mar adentro. | Todos han partido con la meta entre los ojos | con su carga de cremas musculares. | Otras tierras les darán el resorte y el impulso | les prestarán básculas de precisión | para sus cuerpos. | En lo que me atañe | bebo mi empuje diario con ojos entornados. | No sé lo que diré en estas páginas | pero tengo metida la burbuja | de calzar alto coturno | en cada una de las esparcidas letras (pág.17)

Grecia se llamó la avenida / en la delantera del Estadio Nacional / y Maratón una calle aledaña / por donde los derrotados del 73 / marcaron el paso con rumbo desconocido. (pág. 23)


Los tiempos se entrecruzan y el pasado interfiere en el presente provocando un corto circuito emocional que nos anima a rastrear las intenciones de la poeta. Todo se mezcla en la batidora de su imaginación conformando un caos en esta fiesta del deporte y de la guerra. Lo anterior nos anima en la ruta de lectura. Acaso sea el lenguaje, sólido e imponente, el que seduce nuestros pasos a su encuentro con Elvira. Mientras sostenemos el libro, consultamos al aire la certeza de estos versos, miramos las estrellas tres luciérnagas que nadan en la niebla para encontrarnos con Zeus y Faetón que nos miran de reojo.


Dicen que ni la guerra del Peloponeso / concentró tantas tropas. / Que en el mar Egeo / hay más misiles activados que islas. / Que los helicópteros son como nubes / comediantes. / Que los aparatos de los aparatos / detectan hasta el nóumeno. / Que las coronas de olivo tienen un chip / que gusta de navegar por el Canal de Silvio. (pág. 18)


La farándula deportiva se apresta a revivir el imperio que fue aunque sea por un par de semanas, los fotógrafos presionan el obturador buscando la mejor pose: el rostro dramático, la musculatura perfecta, el secreto de la eterna juventud y ofrecer a los dioses el sacrificio. Nada queda al azar en las transacciones del deporte siglo XXI. Grecia ha vuelto en gloria y majestad.

Con el don de la bilocación la poeta disfruta del espectáculo en vivo y en directo. Como mariposa serpentea los obstáculos, se entromete en la historia, recrea un lenguaje ad hoc cuando la ocasión lo amerita.


Se me invita a tomar palco / en la galería de la muchedumbre. / No es aquella el templo de Juno / donde ingresaban los favorecidos / con el ticket de la inmortalidad. // Permanezco de pie / anonadada al comienzo / como si no supiera que la gallada / bajó ya del Olimpo / y se encuentra a medio camino / entre la Vega Central y el Cementerio. (pág. 27)


El tour deportivo y cultural así como el propio destino sigue un particular itinerario que nos deleitará con paisajes surrealistas similares a la pesadilla. Tal hazaña nos recuerda al Cementerio más hermoso de Chile de Christian Formoso, quien, desde Punta Arenas chutea la pelota directo al corazón de Elvira. La poeta, experta en disciplinas deportivas, responde con un chute que cae al epicentro de Atenas batiendo todos los records.


ir, si es mi antojo, por el camino de / las peleas de gallos o el que lleva al Anfiteatro / de los Perros. También si me da puntada / adentrarme en la cuadra de los acuchillados / o cual Sísifo de las Pasarelas / cruzar los arrabales. Más encima / en la más profunda / en el acto más indisciplinado / dejarme caer al cementerio / al Memorial que huele a desmemoria / y recordar y recordar y recordar / meter la lanza en los costados izquierdos / y derechos de las palabras / que ya expiraron (pág. 44).


En esos parajes el espectáculo toma tintes místicos y milenarios; los dioses se agarran de las mechas forcejeándose ante la llama de la eternidad. Acaso aquel sea el dictado para el resto de los mortales y seguiremos a pie de la letra la lección, como hijos predilectos en el camino a la obediencia.


Hacia el corazón del parque / encuentro forcejeando / en los extremos de una cuerda / el equipo de Apolo contra el equipo de / Dionisio —el de los variados racimos. / Dudo de hinchar por uno o por otro. (pág. 48)


¿Pero qué camino tomar? ¿el de la luz, el orden y la claridad? ¿o el de la intoxicación, el desorden y la perversión?

Alguien raya la cancha y establece los límites entre poesía y deporte.

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