Pequeñas casas nos miran en silencio en el borde de la carretera. Textos de Andrés Urzúa de la Sotta
- Viaje inconcluso
- 22 nov 2021
- 4 Min. de lectura

Andrés Urzúa de la Sotta
(Viña del Mar, 1982)
Es licenciado y magíster en Literatura. Ha publicado, entre otros, los libros Galería (2012), Tetris (2015), El lenguaje de las piedras (2015), letra chica (2018), Polvo de ladrillo (2019) y El discurso de la iguana (2020). Es editor del sitio web elcircoenllamas.com y uno de los organizadores de A Cielo Abierto – Festival Internacional de Poesía de Valparaíso. Codirige el sello Provincianos Editores de Limache.
Selección de
Memorial de los desconocidos
(Editorial Aparte, 2021)
Alguna vez, durante mi infancia, tengo que haber visto una animita. Probablemente desde el auto de mis padres y en retrospectiva. Las líneas de la autopista avanzando hacia el pasado. Yo recostado en la maleta del station, mirando por la ventana trasera hacia la berma. Las carreteras en esa época solo tenían un carril, un horizonte posible. Imagino que debo haberle preguntado a mis padres por esas casitas. Por las velas que encendían los deudos al atardecer. Por las banderas que flameaban abruptamente y siguen flameando. Por los arreglos florales, los peluches, los remolinos. Quizás la velocidad me distrajo y olvidé la pregunta rápidamente. Quizás el camino siguió su curso y fijé mi atención en un perro muerto al costado de la vía. O quizás no. Tal vez sigo preguntándome qué son las animitas. ¿Por qué insisten en decorar los caminos? ¿Por qué se multiplican de la misma manera que lo hacen mis muertos?
LA DORMIDA
En la Cuesta
La Dormida
a pocos metros
de la cumbre
hay una animita
abandonada.
Sin rastros
de un nombre
ni una foto:
una casita
con techo
de hojalata
y un remolino
que no deja
de girar.
NN
1
El auto se volcó
sobre mi cuerpo.
Yo caminaba
por la berma
pensaba en la
forma vaporosa
de las nubes.
2
Mi cabeza rodó
más de cien metros
hasta chocar con
la pata delantera
de una vaca.
Y ahí quedó
despojada
de la piel
como el cráneo
de un vacuno
a la intemperie.
QUERONQUE
Tras la animita de Queronque
a un costado de la línea ferroviaria
a veces veo el rostro de mi abuela.
La imagino con los ojos vidriosos
sus arrugas delineando una galaxia
hasta que el claxon del tren
me devuelve al presente
y su cara se derrite de improviso
como la cera chamuscada de una vela.
aviso de utilidad pública
Producto de las remodelaciones
en la autopista 5 Sur
la empresa Ruta del Maipo
informa a la comunidad
que está en busca de los deudos
de las animitas ubicadas
entre los kms. 51 y 58
en las cercanías
de la localidad
de Chimbarongo.
Los teléfonos para contactar
a Ruta del Maipo
en relación a las animitas
son el 5-8194177
y el 7-7586699.
***
Estaba con la cabeza reclinada en el respaldo del automóvil, completamente de perfil, cuando vi la silueta de una casa al costado de la carretera. Le pregunté a mi padre qué era eso. Por qué había una casita sobre la berma de la autopista. Y él dijo —tras aspirar una profunda bocanada de aire—: ‹‹Son las casitas de los muertos, mijito››. A mis escasos seis años, sabía por la profesora de Religión que los muertos no descansaban hasta acceder al paraíso. Así que imaginé que esas casitas eran las puertas de entrada al cielo y que las almas debían ingresar a ellas para alcanzar la eternidad. Esa misma eternidad de la que hablaban en el colegio. Y a la que yo, junto a mi padre, le hacíamos el quite. La misma eternidad que se llevó a mi madre. Entonces le dije: ‹‹Papá, ¿por qué no hay una casita para el alma de la mamá?››. Y él mantuvo el silencio firme, como si fuera el volante del vehículo en el que viajábamos.
***
Mi relación con las animitas no era muy distinta a la que tenía con mi padre. Para interpretarla tuve que aprender a distinguir las tonalidades del silencio. Porque hay silencios claros y oscuros. ‹‹Hay de los que anteceden al nacimiento y de los que preceden a la muerte››, le escuché decir a un profesor de Filosofía alguna vez. Pero los silencios de mi padre eran más bien planos. No antecedían a nada más que a otro silencio. Una serie de silencios ininterrumpidos, salvo por su respiración entrecortada, que por momentos se asemejaba al bufido de un bovino grueso y derruido. Las animitas también sugerían un tipo exacto de silencio. O más bien varios silencios, dependiendo de la ocasión. Cuando alguien se acercaba y prendía una vela, por ejemplo, irrumpía un silencio luminoso, semejante a esas luciérnagas que pasean por los cementerios municipales durante la noche. En cambio, cuando los deudos les rogaban a sus muertos apoyados en sus rodillas, el silencio adquiría la textura de un murmullo incesante, como el de un pequeño canal atestado de musgo y pirgüines.
guillermo maya díaz
Mi nombre es Guillermo Maya Díaz.
Hace un tiempo fui golpeado brutalmente
lo que me provocó una hemiplejia.
Desde ese día no camino ni controlo esfínter.
Vivo dentro de la animita de La Chabela
ubicada en el norte de Arica.
Los deudos que la visitan me alimentan
y me cambian los pañales.
Hace unos días me robaron la silla de ruedas.
Ahora no puedo salir de aquí.
la marinita
El mismo año de la liberación de Auschwitz
del nacimiento de Bob Marley
del bombardeo de Dresde
de las muertes de Roosevelt, Ana Frank y Mussolini
del suicidio de Hitler
de la Tragedia del Humo
de Hiroshima y Nagasaki
del fin de la Segunda Guerra Mundial
del discurso de Sartre sobre el Existencialismo
de la fundación de la ONU
de los Juicios de Núremberg
del Premio Nobel de Mistral
fue asesinada la Marinita.
luis alberto álvarez
Buenas tardes, mi nombre es Luis Alberto Álvarez.
Tengo más de 60 años, pero aún no he nacido.
Vivo en el kilómetro 1268 de la Ruta Panamericana
junto a la animita de mi hijo Patricio.
Yo soy el guardián del universo.
Este lugar fue construido por mis antepasados
para el día de mi muerte, que ocurrirá
en 2025, después de la gran era.
La entrada está vetada para Uds.
Aquí solo pueden ingresar niños
fantasmas o seres de otro mundo.
Gracias por venir a visitarme.
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