Conversamos con Nelson Paredes (Viña del Mar, 1959) sobre su reciente libro de cuentos En la cuerda floja, publicado por Bogavantes y que se presentará en la Sala Rubén Darío de la Universidad de Valparaíso, el miércoles 25 de octubre, a las 17.45 horas.
Destacado narrador y poeta, el autor ha construido una obra que va creciendo sin pausas, pero también sin apuro. Merecedor del premio Fernando Santiván de Valdivia el año 2017 (género cuento), en este libro reúne gran parte de sus relatos, tanto publicados como inéditos. Sobre su escritura ha dicho Luis Riffo: “Los relatos de Nelson Paredes son eficaces ejercicios de suspenso que se sostienen vigorosamente sobre la mejor tradición de la narrativa breve. Es decir, cumplen con creces con los preceptos de los mejores exponentes del género, como Horacio Quiroga o Julio Cortázar, y recuerdan los recursos de Henry James y Nabokov”.
Aquí se refiere a sus inicios en la escritura, sus influencias literarias, como también la importancia de la memoria y el diálogo con los lectores.
—Queremos comenzar por tu nuevo libro, En la cuerda floja. Cuéntanos qué importancia tiene para ti este libro, donde se resume gran parte de tu obra narrativa.
—Han transcurrido diez años desde que hiciera mi primera publicación, El tranquilo existir de las palomas, y seis desde mi último libro de cuentos, Delirios, libros de circulación restringida, para no decir nula. Entretanto he participado de disímiles proyectos culturales: en temas de memoria histórica, en la habilitación del museo de la Sociedad de Artesanos en San Felipe y en el rescate de la obra de un fotógrafo de Putaendo. Mas me sentía en deuda por dos becas literarias obtenidas, en 2015 y 2020, en las cuales cumplí con el Fondo del libro, pero que no se concretaron en publicaciones. En 2021 salió Lejos del ruido, poesía, y consideré que era el momento de dar a conocer parte de esa primera obra, y de los dos proyectos de libro antes mencionados. Siento que esta selección de relatos, En la cuerda floja, es mi verdadera carta de presentación en el mundo de la literatura. Un salto definitivo al ruedo literario.
—En todo escritor hay también un lector. De tus lecturas, ¿cuáles consideras las influencias más importantes?
—Mis primeras lecturas infantiles fueron claves en mi interés por la literatura, sobre todo Julio Verne, cuyas obras devoré en los largos veranos en el campo en Lo Orozco, donde alojábamos la familia en una pequeña escuela rural. Ya de joven, al salir de la enseñanza media, me hice lector de poesía y de ella me he nutrido mayoritariamente. En cuanto a la narrativa, debo ser franco, cada nueva lectura ha sido influencia, y bienvenidas sean éstas. De la lectura de El Extranjero surgió “La importancia de ser dentista”, “Pabellón número 6”, de Chejov, y su atmósfera me llevó a mi “Pabellón de Anatomía”, y así. Creo que en este dejarme influenciar voy asimilando formas de escribir, tonos, atmósferas, maneras de encarar los diálogos, etc. Asimilación que me lleva definitivamente a encontrar mi propia voz, que es lo importante. Ahora si he de nombrar a algunos autores, han sido importantes para mí Bioy Casares, Carver, Hemingway, el descubrimiento de Rubem Fonseca, y un largo etcétera de escritoras y escritores.
—En el proceso de elaboración de un cuento, ¿consideras que hay una trayectoria que se va desarrollando a medida que se escribe o cuando te pones a escribir ya está toda la historia bosquejada?
—En mi caso los relatos nacen de una imagen, una frase que queda rondando, una mínima anécdota, algún hecho que me impacta. Las más de las veces visualizo un posible final, pero entre la primera frase, el comienzo, y ese hipotético fin, por lo general no hay nada; la trama se va urdiendo poco a poco, a medida que escribo. Es en ese escribir que afloran nuevas ideas, imágenes, a veces párrafos, personajes, que van dando forma al relato. Es un recorrido tortuoso, agotador. Es muy rara la vez que “te llega un cuento hecho”, aunque sucede, y cuando acontece es un alivio. Eso sí, reconozco que hay ciertos relatos en que pequeñas ocurrencias me hacen reír, cuando la “loca de la cabeza” se suelta y emergen situaciones de humor o de su antítesis, de maldad extrema, que no terminan de asombrarme.
—Sabemos que la dictadura ha jugado un papel importante en tu escritura, como también en tu vida civil. Ad portas de cumplirse 50 años del golpe, ¿qué rol cumple la literatura en este momento histórico?
—Hace un par de semanas, en un encuentro con jóvenes estudiantes de enseñanza media, mujeres y hombres, les conté que mi vida se resume en un Antes de Golpe de Estado (AGE) y un Después de Golpe de Estado (DGE). Tenía catorce años en ese momento y, obviamente, la vida ya no fue la misma. Los tres años del gobierno popular en mi familia se vivieron con alegría, guardo gratos recuerdos de aquel periodo (acaso el lar de Teillier). Las tertulias familiares, ciclos en Cine Arte, una película búlgara, El Capitán, que me hizo llorar, vacaciones de verano en familia en un recorrido por el sur de Chile durmiendo en escuelas; mi madre era profesora y el Bienestar del Magisterio incentivó esa modalidad de turismo económico con descuentos por planilla, incluso; el sentirme cooperando con mi país en la única vez que hice trabajo voluntario en mi liceo Eduardo de la Barra. Luego del golpe ese mundo se desmoronó. Vino la cesantía del padre, el miedo, la incertidumbre. Profesores queridos que no volvieron a clases y tantas historias por todos conocidas, no así reconocidas. En cuanto al rol, y en esto hablo a título personal, por lo menos en mi poesía siempre vuelvo a memorias de aquel periodo histórico, al dolor que arrastramos, a visibilizar de alguna manera el horror de esa dictadura, pero, eso sí, sin caer en el panfleto, siempre con un norte artístico. En ese sentido, y esta es otra influencia, trato de recoger, aunque sea en una mínima expresión, lo que ha hecho brillantemente Patricio Guzmán en sus documentales Nostalgia de la luz y El botón de nácar, historias duras permeadas por instancias de luminosidad. En relación a mi narrativa, tengo un primo, de derecha, que me dice que se entusiasma con mis historias, pero que las mato cuando asoma una mención de la dictadura. Son solo menciones puntuales en un contexto determinado. Es un gusto que me doy y lo siento un deber ético, menciones que van dirigidas principalmente a posibles lectores jóvenes, para que tengan siempre presente que en nuestro país se vivió el horror. Son mínimos e indispensables puntales de la memoria. Pero quisiera agregar que en mis visitas a liceos he constatado la importancia de que quienes desarrollan un arte (música, literatura, pintura, teatro, fotografía, etc.), se acerquen a las aulas a compartir sus experiencias y a aprender de la juventud, en una retroalimentación mutua, necesaria y a la vez gratificante. Pienso que más que la literatura deba cumplir un rol —cada autor o autora es libre de qué camino seguir— es para mí un deber, como literato, cultivar ese acercamiento, para honrar la historia personal, familiar y colectiva de mi ideario. Creo que son acciones que podemos hacer, primero, como estímulo para esta juventud en tiempos tan inciertos, y para enfrentar directamente al flagelo de la desinformación que corroe a nuestra sociedad.
—En tu cuento “El lenguaje cardiáceo” hay una parodia acerca de los poetas, tanto en su afán de escribir algo novedoso como en su anhelo de reconocimiento. ¿Se trata acaso de una crítica humorística a ciertos autores?
—Esa historia nace luego de leer una recreación de un cuento ancestral chino realizado por Lin Yutang, escritor del siglo XX. Otra parodia acerca de la vanidad. Mi relato no es una crítica específica a tal o cual autor, sino a ciertas características que he podido percibir del mundo literario, el que comencé a conocer tardíamente hace unos quince años. Y vaya que me reí y disfruté escribiéndolo. Primero, porque puse de personajes a queridos amigos poetas, y a mí mismo. El humor es sanador y vale la pena practicarlo. El ego, la soberbia, el ninguneo, el afán de notoriedad y de fama, son características que se dan, quiérase o no, en el cultivo de todo arte.
—La diversidad de temas de tus relatos abarca lo policial, lo fantástico en alguna medida, los amores contrariados, pero lo que predomina es cierta visión pesimista acerca de la conducta o el destino de los seres humanos. ¿Ves a tus personajes como un reflejo de nuestro tiempo?
—Por lo general mis relatos retratan personajes del Chile post dictatorial. Del Chile jaguar de América Latina; con sus miserias, arribismos, hipocresías e individualismos, y de los machismos también. Veo, con excepciones, hermosas y significativas excepciones por supuesto, una degradación valórica y transversal que permea a nuestra sociedad, que se acompaña a la vez por la degradación del territorio producto de la voracidad capitalista. No puedo evitarlo. Es lo primero que asoma en mi escritura. Es lo que me ha tocado ver y vivir DGE, y con el avance del mundo narco el panorama no se vislumbra muy auspicioso. ¿Cierto? Si son los personajes un reflejo de nuestro tiempo, bueno, dejemos que eso lo descubran los potenciales lectores.
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