Por Claudia Jara Bruzzone
Matrículas abiertas, poemario publicado en Temuco por Ediciones Kuma a inicios de este año y cuya autora es Dominga Barros, es un libro que requiere develar ciertas capas para enfrentar su lectura. Como si nos encontráramos en la antesala de un anfiteatro, la voz poética nos da la bienvenida –abre las matrículas– a lo que será esta conjunción literaria que mezclará diversos registros para presentarnos una mirada única sobre la patria y este territorio llamado Chile.
El nombre de Dominga Barros de seguro nos parecerá desconocido y no es extraño, toda vez que responde a otro de los pseudónimos utilizados por el escritor Luis Gutiérrez, para quien –me atrevo a aventurar– el autor no es más que otra voz ficticia en la construcción literaria, un elemento más de la obra. El retorno del uso de los pseudónimos es un rasgo característico de los escritores asociados al grupo Kuma y como ya comenzamos a vislumbrar no es ajeno a esta obra; sin embargo, un elemento curioso en Matrículas abiertas es la revelación del escritor, algo que en lo personal no he visto en otros miembros de este grupo y que llamó mi atención al descubrir que Gutiérrez no borra completamente su huella de la obra al dejar en las páginas iniciales su nombre como signo de autoría. No obstante, tomando en consideración que Luis Gutiérrez, como escritor, prefiere dejar leves pisadas en la arena y mantenerse alejado, prestemos atención a lo que Dominga Barros urde en la obra.
Matrículas abiertas es un poemario que posee cierta sintonía con los relatos míticos. Tomando la forma de una alegoría, se nos presenta a Chile como una serpiente, una elección que evoca en primera instancia a la similitud con la forma del territorio, pero que bien podría ser un guiño al relato mapuche de treng treng y kai kai vilu en la cultura mapuche. Con todo, el espacio está abierto para comenzar y Dominga Barros nos invita a entrar dentro de sus versos a través de esta visión mitológica en siete apartados.
En el primero, titulado “El dragón de dos cabezas”, marca el inicio de este país. La voz lírica nos presenta un universo vacío, el comienzo de todo, un espacio donde aún no existen los nombres: “Chile no tenía forma antes de tener nombre / era una bestia hermosa al final de todas las cosas / (…) y eran entonces los años de la primera construcción / cuando las serpientes antiguas jugaban debajo del cielo”.
Las estrofas iniciales ya permiten vislumbrar la cercanía con los textos de carácter mitológico y bajo este tono la voz poética detalla la creación. En un comienzo existe este territorio sin forma ni nombre, era “inexplicable”, pero llegó la palabra y con ella las partes: el mar y la costa.
“y se llenaron de muertos
Y se pudo nombrar el desierto y la pampa
Y se llenaron de muertos
Y se pudo nombrar el valle y la cordillera
Y se llenaron de muertos”
Estos versos permiten vislumbrar la visión de la hablante sobre el universo creado, la función terrorífica de este territorio, el destino de pesadumbre que conlleva. A lo largo de este primer apartado se pueden identificar referencias indirectas a ciertos pasajes deleznables de nuestra historia. Se enuncia el surgimiento del país gracias a “héroes vestidos de sangre”, que batallan con bestias que continúan sin castigo: “Chile fue la sombra de dios derramada”, sentencia.
En “Sarna y velo”, segundo apartado de la obra, evidenciamos las referencias de mayor carácter histórico: el hallazgo del territorio, la influencia militar, el colonialismo económico, la dictadura y los detenidos desaparecidos.
La serpiente parece debilitarse: “su cuerpo se hiere de sarna/ y crece el escarmiento de sus pieles/ y se extiende en todo su largo / los tiempos de ruina se tornan costumbre / y la patria se hace hosca y lejana / y extravía la compasión por sus moribundos”. En el universo de Dominga Barros “Chile es un anoréxico violado / y cual serpiente desplumada gime por su belleza perdida / y es obligado a contraer nupcias con los carniceros”.
Los aires pesimistas continúan en el tercer apartado “Solo en este pueblo de viento”, donde el descanso para el territorio no llega y la derrota se vuelve costumbre. Bajo esta trágica mirada, la voz lírica nos invita a observar cómo un país que iba a ser hermoso es destruido por las bestias de su historia: “este país iba a ser divino / pero Chile se desplumó la espalda / y echó a la basura el tesoro sagrado / perdió las palabras / y sus hijos fueron a montar monstruos lejanos”.
El cuarto apartado, “De olvidos también se hace historia”, llega con aires proféticos vaticinando el destino de Chile. Quienes se atrevan a llamarse chilenos deberán asumir la carga de saberse seres desheredados, en la búsqueda eterna de la estrella solitaria, porque en esta tierra no hay descanso, el hambre de la serpiente es eterna y el rugido de los desaparecidos se escucha en el viento.
En los apartados siguientes “Una culebra en un frasco”, “En nombre de la serpiente” y “Funerales de un cadáver invisible”; se mantendrá el tono de desesperanza. Bajo las pieles de la serpiente “hay un país en flor esperando teñirse de rojo”, nos dice la hablante y nos presenta un Chile al servicio de bestias y monstruos que masacran el territorio. Es interesante cómo se revela la visión del autor sobre la patria misma, para quien es un categoría inventada: “los misterios de la patria nacen dentro del seso / y ustedes pueden ir y crear un país que se llame Chile / y hacerlo una serpiente de dos cabezas / todo lo que es mentira es cierto / porque ha sido creado para alimentar a ojos desnutridos”. La obra finaliza con un tono nihilista, una desesperanza que estuvo presente a lo largo del poemario y que se reafirma en los versos finales: “ya no guardo esperanzas para Chile / todo lo que ocurre no es más que una nueva brisa / una engañosa manifestación de lo que volverá a ser dolor / y no puedo más que conmoverme de los combatientes / y grabar sobre mi corazón el anhelo de ustedes / los hijos despreciados”.
Luis Gutiérrez a través de Dominga Barros y el ímpetu de su pluma pareciera responder a desventuradas circunstancias dadas por la cesantía y la cuarentena vividas durante el 2020, hechos de los que como lectores tomamos conocimiento a partir de la voz lírica en las páginas finales de la obra. A partir de ese cotidiano construye en Matrículas abiertas un universo alegórico: la patria es una serpiente, Chile un ser grotesco que contrae nupcias con carniceros. El verdadero mensaje pareciera ser que toda historia es una creación, una explicación a gusto del lector sobre la realidad, una realidad que para el autor es desesperanzadora y de ahí su visión nihilista.
Hay en Matrículas abiertas un novedoso proyecto literario, donde los límites de la prosa y la poesía se perciben difusos y el contenido del texto presenta una visión interesante sobre la realidad que habitamos, haciendo del texto –a ojos de esta lectora– una apuesta llamativa que vale la pena leer.
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