Por Carlos Henrickson
El primer libro de Dafne Meezs (Temuco, 1979), Paréntesis temporal (Santiago: Aparte, 2023), más que la presentación es la confirmación de esta autora, que ya tiene una larga trayectoria de publicaciones en revistas y antologías. Esta trayectoria no ha sido gratuita: estamos ante una poética con voz propia y que se ha dado uno de los desafíos más difíciles, el representar la conmoción de un mundo interior. Hablo de dificultad, en este caso, dado que la casi infinidad de registros actuales a este respecto deja poco espacio de experimentación y búsqueda, particularmente con la poderosa zona que representa dentro de nuestro ámbito literario la irrupción de voces femeninas que efectivamente se plantean una subversión en el cómo decir. Y con todo, la poética de Meezs tiene caracteres absolutamente propios, y una intensidad que responde a procedimientos complejos.
Uno de estos procedimientos es la resuelta difuminación de los límites con lo otro, los otros. Los sujetos que aparecen aquí, partiendo del mismo hablante, están como en estado intermedio entre el espectro y la sustancia, como en una dudosa e inquieta transición para decidirse a existir como entidades separadas:
JARDINES ABISALES
Las manchas en la pared no son impresiones
son cuerpos
que arrancan de otros cuerpos más oscuros
(...)
Jardines abisales un solo ser filamentoso que a sí mismo se amamanta
Autofagia que suma y resta miembros y es lo mismo
su valor es el movimiento
Jardín del terror pánico
hecho de figuras sobre un fondo como todos los mundos
reproduciendo las olas de un sol extinto
que fosforece verde como nostalgia
en los ojos que se acercan y se apagan
Ahí mi sombra también es una bestia
temblando bajo los amorphophallus
(p. 14)
Vemos acá un mundo que parece estar aún en formación, en que la conciencia solo puede deslindar un estado de monstruosidad temprana de las formas. La mención de los amorphophallus es importante: la “flor cadáver”, cuyo nombre significa “falo amorfo” y es considerada como “la flor más fea del mundo”, produce un olor a carne podrida para atraer a ciertos insectos. A través de esta única especie mencionada en estos jardines, Meezs logra darnos la inquietud de un sujeto cuya conmoción desarma la posibilidad de un cosmos. Este sujeto tendrá, por consiguiente, a un deseo imposible de moderar como su fuerza móvil, y la confusión de los límites con los otros se debe precisamente a esta pasión. Digo pasión, en un sentido que trasciende con mucho lo emotivo, esto es, un cambio sustancial detonado por la afección hacia lo otro, en lo que recuerda las metamorfosis de los amantes de Ovidio en su vértigo inevitable. La segunda parte del Poema de las noches que dormí en el suelo, sabe apuntar al principio de este movimiento hacia lo otro:
(...)
Hablaba lento pero imaginaba rápido
Supe que la descomposición de las escalas
de las estructuras de toda verticalidad
era feroz y a mí también me tenía ganas
Me desplacé o vertí hacia el vestíbulo
oí a los que afuera se reían
Otros pulsos penetraron el laberinto
conmovieron su pared vibrátil
Olí el celo de los que desde adentro
ya adoraba
El miedo a salir empezó a convertirse en ganas
Hube de vestirme
buscar rasgar las bolsas
Vestidos transparentes tejieron mi crisálida
viscosa algodonosa
caliente
Busqué accesorios
fantasías pegadas con su óxido
materiales de destrucción
vestigios de la época en que dormí conmigo y fui expulsada
Despierta de pie casi desnuda
otro parto pero la misma
De nuevo todo empieza
(pp. 15-16)
Hasta la propia voluntad, naturalmente, desea extinguirse en dirección a ese otro. En este sentido, cabe pensar el conmovido delirio de Quería que me soñaran:
Quería que me soñaran
que me enseñaran en el espejo del ojo mi cara
pasear por las calles en él
Vi a un hombre embellecer de amor
luego envejecer en mí
Le dije padre
y la palabra
sopló el polvo de sus huesos
Le dije mis huesos tienen sed también
y empecé a nombrarlos
a componer mi esqueleto
a irrigar los tejidos blandos
a ensayar el gesto de obedecer a algo
(...)
(p. 8)
Poemas como Mesmerismo o Translucidez nos muestra al deseo en el preciso momento de la corrosión de los límites entre los seres, con una capacidad de producir figuras analógicas de gran poder, de efectiva violencia sobre la expectativa del lector, como querría el surrealismo. Y de hecho, hay que reconocer la huella de esta actividad vanguardista, no desde el punto de vista de una imitación de procedimientos, sino en el entendido de que la metáfora en sentido tradicional ya tuvo su hora y no sirve para traspasar una experiencia en que se registra la imposibilidad de los conceptos.
Se trata de una afección mutua y violenta con el mundo, que no puede sino plantarse con una cara distinta ante el lector y la autora, llamada a interpretarlo: una llamada que no puede sino plantar resistencias íntimas en el plano de la percepción, como en Todavía puedo volver a casa:
(...)
Todavía puedo volver a casa -pienso-
No como los niños perdidos para siempre
que no se ven ahora en la plaza
pero se oyen
en una jerga escindida del idioma
o una lengua más antigua y más brillante
o un código sin raíces
accidentes aleatorios en una serie de vocablos
Llegar bañarme comer
meterme entre el calor de las frazadas
(...)
(p. 10)
Y no obstante, Meezs cierra el libro con Perro de abajo, visión delirante y arrebatada de la ciudad de Temuco, fijando unas coordenadas con las que poder definir una forma de estar, de habitar un movimiento que pareciera en principio inhabitable en su eterno flujo.
Dafne Meezs se planta con firmeza en un escenario literario nacional que tiene en Temuco una poderosa pléyade de autores y autoras en plena vigencia: una muestra más del constante asombro que nos espera si se fija la perspectiva hacia la provincia al entrar en materias de escritura. Más allá de la relativa estrechez que el ámbito de lo poético tiene en cuanto difusión y desarrollo material, la poesía en Chile —y esa especial expresión que tan solo acá podríamos entender con plenitud: en el Sur— tiene buena salud.
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