Gabriela Garcés es Antropóloga, Magíster en Salud Pública Comunitaria, y actualmente cursa estudios de Doctorado en Ciencias Sociales en la Universidad de La Frontera. Es originaria de Santiago, sin embargo, se considera “adoptada por el sur”, ya que vive desde hace más de veinte años en Temuco, Región de la Araucanía. Participó en talleres literarios con la escritora Flavia Radrigán en el Centro Cultural Balmaceda 1215, en Santiago, y con los escritores Guido Eytel y Carlos Lloró en Temuco.
Ha publicado relatos en revistas universitarias como La Fosa y Zur. En el año 2018 recibió la beca de Creación literaria del Ministerio de las Culturas y las Artes, y más recientemente en el 2021, el Fondo para la edición de libro, donde fue financiada la edición y publicación del volumen de cuentos Ensamblajes al sur de la Frontera, por la editorial Mago Editores.
HuincaBus
Había comprado su pasaje con dos días de anticipación y elegido su asiento en pasillo, como prefería viajar cuando lo hacía por trabajo y le urgía regresar. Hace algunos años, y no sin cierto pesar, Javiera se había vuelto sumamente planificada: el trabajo, los estudios, un hijo que cuidar. Poco a poco el caudal del tiempo que otrora discurría sin un cauce fijo, había sido comprimido y cuadriculado en ocupaciones represas, horarios rígidos, rutinas secuenciales; era la única forma de funcionar. Si se juntaba con amigos, no lograba dejar listo el almuerzo y la ropa para el día siguiente. Si se dormía tarde, no lograba rendir en las clases que realizaba en el instituto, para complementar el sueldo y pagar el dividendo, las cuentas, y salir a comer una que otra vez con su hijo. Hace unos días se había reunido con un par de amigas y no sabía de qué hablar, no lograba comprender la placidez de sus risas, la despreocupación que fluía en sus diálogos, al punto que se había preguntado si era cierto ese placer, o si sólo fingían.
El asunto es que esa noche no había dormido bien, las preocupaciones le asaltaban súbitas desde la oscuridad de la noche, como rayos que interceptaban su conciencia y oprimían su pecho, las gotitas de melissa no habían logrado desacelerar el ritmo cardíaco y calmar su angustia. Su cabeza seguía trabajando, intentando resolver la primera, la segunda, la tercera situación. Cada escollo real o imaginario le hacía volver al intento, como una nueva ecuación tan indescifrable como la anterior.
En la mañana se levantó cansada y pensó que en el bus durante el viaje, recuperaría algo de sueño, porque al regresar debía realizar clases a las ocho de la noche. El viaje de dos horas a Santa Margarita le permitiría hacerlo. Una vez ahí tendría dos reuniones, debía entregar un informe a su supervisor y regresaría en seguida en el bus de las cuatro y media, y así dormiría las otras dos horas restantes.
Antes de subir al bus sacó el boleto numerado del bolsillo de su cartera. El bus iba repleto de gente y avanzó con dificultad hasta su asiento en la mitad del pasillo. Al llegar advirtió con desagrado que estaba ocupado por una familia completa, una mujer joven sentada en la ventana con un bebé de meses en sus brazos y un hombre igual de joven a su lado con dos niños pequeños en sus piernas. Sin dubitaciones y con expresión demandante en su rostro les expuso su boleto, el hombre rápidamente se levantó junto a los dos niños.
La mujer con el bebé y un bolso en los pies también hizo ademán de pararse, exhibiendo su evidente dificultad. Este gesto en lugar de conmoverla, la contrarió aún más.
—No, señora, quédese. Yo sólo llevo el asiento del pasillo.
—Ah, gracias, le dijo, y miró a su bebé, abriendo el chal para mostrar su rostro.
Este gesto lejos de causarle compasión o benevolencia, le molestó aún más, por lo que le preguntó en tono cortante:
—¿Y no compró pasaje?, este bus va lleno —miró su rostro de reojo— cuando saqué el mío era el único que quedaba.
—No, no saqué… —y la señora se volvió para mirar a su guagua.
Javiera la observó esta vez directamente, con gesto y tono de reprobación —¿Cómo no sacó pasaje?, si viene con su guagua, ¿no la pensaría llevar en el pasillo…?
En ese momento contuvo las ganas de decirle que ni ella ni ninguna mujer debería programar un bebé si no tiene los recursos suficientes como para tener un vehículo propio… o al menos conseguir su pasaje con la anticipación necesaria para asegurar un puesto.
La mujer tapó a su bebé con un chal de lana y giró su vista hacia la ventana con el rostro enrojecido por un sentimiento que Javiera no quiso descifrar.
Javiera se puso sus audífonos y colocó una música instrumental para inducir sueño.
Al cabo de andar unas cuadras el bus se detuvo y subió un pasajero. Javiera lo observó abrirse paso por el pasillo entre la gente, hasta la fila donde iba sentada. El hombre, de unos veinticinco años se detuvo justo a su lado. Javiera, que había presagiado la situación, puso atención a la escena. En efecto, llevaba el boleto del asiento de la ventana.
Javiera miró a la señora para ver qué explicación le daba al joven, pero la señora hizo nuevamente el gesto de levantarse con dificultad.
El joven caviló unos segundos y le dijo con tono educado:
—No, no se preocupe, señora, quédese en el asiento.
Javiera le dijo de forma silenciosa, pero intencionando que oyese el joven:
—Ve que perjudica a los demás si no compra su boleto.
El joven tenía expresión neutra y miró hacia otro lado. La mujer con el bebé fingió ignorarla y dijo con tono altivo y de rencor hacia Javiera:
—Muchas gracias, joven, es usted muy, muy amable, se lo agradezco de verdad—. Y volvió a arreglar el chal de su guagua.
Javiera creyó observar un gesto de fastidio en la expresión del joven, por lo que replicó haciéndose oír ante una pasiva pero atenta audiencia:
—Ve que la irresponsabilidad es suya señora, que no planifica su viaje con tiempo, ¿no se da cuenta que le carga la responsabilidad de su guagua a los demás pasajeros?
Consideraba que era una gran falta de respeto disponer del tiempo y la paciencia de los otros. Todo está dispuesto para programarse, los horarios de los buses, del trabajo, de la colación, del jardín de los hijos, en fin. Calculaba que quedaba alrededor de una hora y media de viaje, lo suficiente para dormir una siesta. Cerró nuevamente los ojos y subió la música desde su celular.
Al cabo de aproximadamente una hora menos cuarto de viaje, y cuando recién entraba en la fase del sueño, sintió que a su lado la mujer sacudía sus hombros acomodando a la guagua. Acto seguido le hizo una seña al auxiliar. El pasillo estaba vacío de pasajeros.
—Señor, bajo en Liucura.
—¿En la comunidad de Lircay? —le preguntó el auxiliar.
—Sí, por favor—. La mujer arregló el chal y llamó a los que venían atrás.
Bajaron del bus, el auxiliar descargó unos paquetes del maletero, Javiera observaba a través de la ventana.
El bus había parado en un camino de tierra, que se adentraba como un túnel hacia un frondoso y oscuro bosque, donde la neblina era una nube caída que envolvía el paisaje haciéndolo difuso. Alrededor sólo había campo. De pronto pudo divisar una silueta que se acercaba con lentitud por la espesura del camino. El hombre que iba con los dos niños le hizo una seña al auxiliar, al parecer para que esperara. Luego de un momento y a medida que se acercaba a la carretera, la silueta se volvió nítida, era una mujer mayor que llevaba una criatura en sus brazos y unas bolsas con verduras.
Al subir al bus la mujer buscó con su mirada un asiento desocupado. Javiera miró sus carpetas en el asiento contiguo, había adquirido la costumbre de evitar que se sentaran a su lado, para así evadir olores, ruidos y conversaciones indeseadas. La mujer, avanzando con dificultad por el pasillo, encontró uno justo delante de Javiera, quien pensó que los asientos eran muy estrechos para la anchura que cubría la falda, más el niño y los bultos.
La mujer, complicada con la bolsa rebosante de verduras y la guagua en brazos, la dejó acostada en el asiento. En ese momento Javiera sintió un fugaz impulso de ayudarla, fue un reflejo sensorial de su cuerpo antes que de su voluntad. Miró esas manos ajadas, agarradas al respaldo del asiento, sus uñas llenas de tierra, un escalofrío recorrió su cuerpo, la extrañeza por la forma de vida de estas personas frenó su impulso inicial. La mujer intentaba ahora dejar la bolsa en el portaequipaje superior y el bus comenzó a andar, se tambaleó fuerte de un lado a otro, perdiendo el equilibrio. La guagua en el asiento comenzó a llorar, y al querer cogerla, la bolsa llena de verduras se precipitó al suelo, desparramando los cilantros y lechugas sobre los asientos y también sobre Javiera. La señora sin atreverse a mirarla a la cara comenzó a recoger sus verduras pidiéndole disculpas y perdón. El auxiliar con una expresión mezcla de sorpresa y de burla acudió a juntar los ataditos de verduras. Javiera se levantó y sin emitir palabra sacudió su cabello, sus ropas, se puso sus audífonos y trató de volver a dormir.
Malú Soul
Apresuró el paso para llegar al Teatro y alcanzar una butaca. Una cantante de jazz y soul sonaba interesante en ese pueblo periférico, donde no había muchos panoramas durante el año, menos durante las noches neblinosas de frío invierno. Lina no tenía la costumbre de salir sola. Por timidez o desidia, rara vez lo hacía. En realidad, rara vez hacía algo sola, siempre buscaba la compañía y respaldo de alguna amiga o hasta hace un tiempo, de quien fuera su pareja. Gastaba su tiempo y energías trabajando, invirtiendo en su independencia, y es que estar lejos de su familia se había vuelto una forma de sanación que se extendía año a año de forma indefinida. Con el tiempo se había transformado en una persona más bien gris, disciplinada y apegada a las rutinas. Su vida se sumía más y más en la costumbre, tal vez porque era la única forma de mitigar la incertidumbre, y esa sensación constante de caminar al borde del acantilado, con la tragedia como felino rondando y acariciándole las piernas. A pesar de todo, tenía grandes anhelos que atesoraba, y se preocupaba de mantener de alguna manera vivos. Uno de aquellos sueños era ser bailarina, liberar sus movimientos, ingresar en esa dimensión sensorial en la cual el cuerpo percibe y trasciende sus propios límites, se expande y funde con el mundo. Recordaba que en la escuela participó de todas las funciones y actividades de baile: día de las alianzas, del alumno, festivales folklóricos y actos cívicos, y aunque no tenía los roles principales, tal vez porque tenía un cuerpo que excedía al prototipo de bailarina, pero sobre todo por carecer del desparpajo necesario para ponerse en el rol protagónico, siempre era considerada en las primeras filas.
El anhelo de danzar, en ocasiones se presentaba tan intenso que decantaba en extrañas ideas, como cuando al pasar por afuera de los clubes nocturnos se imaginaba sobre el escenario con luces mortecinas realizando alguna performance sensual y artística. Podía entonces incluso saborear el poder de sus movimientos sobre la audiencia cautiva. En otros momentos, y en la soledad de su casa, se vestía con calzas y polainas, corría los muebles del comedor, y con los pies en punta, repasaba las posiciones de ballet que había aprendido y memorizado cuando niña: primera, segunda, tercera, cuarta, quinta y sexta, luego afirmada de un mueble que hacía las veces de barra: en posición primera plié, demi plié, grand plié, passé, relevé, cambré, asegurándose de que aún mantenía su elongación y la elegancia de sus movimientos. Pero en otras ocasiones, al pasar por fuera del teatro y encontrarse frente a las carteleras coloridas, evitaba mirar las imágenes. Aquellos cuerpos hermosos en posiciones dramáticas y glamurosas le hacían sentir rabia y frustración, sentimientos que sabía guardar muy bien en el escondite de su soledad. También recordaba que alguna vez le había gustado la fotografía, en sus años de adolescente con un par de trabajos de verano compró su primera cámara y participó en un concurso para talentos jóvenes de la comuna, donde obtuvo el primer lugar. Luego esa cámara quedó obsoleta, y fue postergando la adquisición de una nueva. Paulatinamente lo que pudo ser una afición se convirtió en un vago interés. Sin embargo, sus ojos atesoraban encuadres, ángulos e imágenes hermosas, y se solazaba con los paisajes surrealistas de bosques nativos en espectro otoñal, y cielos de azules furiosos, veloces y cambiantes.
Al llegar al teatro advirtió que el hall de entrada estaba desierto, lo cruzó a paso apresurado. Parecía que la función, había iniciado de forma puntual y de seguro, ya estaban todos en sus asientos. Al ingresar al auditorio, le sorprendió darse cuenta de que estaba casi vacío de espectadores, sólo había allí unas diez personas dispersas en todo el espacio de los asientos.
Se detuvo en el pasillo y pensó que tal vez la función se habría suspendido, sin embargo, el escenario estaba preparado: el órgano, una batería, el bajo, un saxofón y el atril con las partituras dispuestas para la artista principal. Retrocedía dubitativa, cuando un hombre viejo de tupido cabello cano salió a su encuentro:
—Buenas tardes señorita, la función va a comenzar en unos minutos —.
—Ah, ¿pensé que se había suspendido?
—No, va a comenzar ahora luego, tome asiento por favor — le respondió él de forma amable y enfática a la vez.
— Ah, bien. Disculpe, ¿sabe usted cómo se llama la cantante?
—Si claro, se llama María Luisa Estrada, su nombre artístico es Malú Soul, ¿y usted cómo es que supo de esta actividad?
—Bueno, la publicaron en las redes sociales y también lo escuché en la radio.
—Ahh, qué bien, ella es mi hija —le dijo con expresión sutil de orgullo.
—Mire usted, felicidades —no quiso decirle nada acerca de la poca gente que estaba presente.
—Oh sí, claro, fíjese que ella es ingeniero, pero este es su sueño..., desde pequeña que ha cantado y también compone…ha viajado y se ha hecho buenos contactos en Estados Unidos, donde la colocan en las radios de tres estados, y también viajó el año pasado a Suecia, donde también se hizo contactos.
En eso, las luces se apagaron, el hombre alcanzó a susurrar que el espectáculo iba a comenzar, mientras volvía a su puesto en la primera fila. Lina, dubitativa aún, pensó que había perdido el tiempo con asistir, sin embargo, por una mezcla de pudor, consideración e incomodidad, decidió quedarse un rato más, para al menos conocer a la artista.
Ingresaron en el escenario uno a uno los músicos, tomando posición junto a los instrumentos: el órgano, la batería, el saxofón, el bajo. Detrás de ellos se presentó una mujer vestida de negro, que por un instante creyó sería Malú Soul. Pero esta retrocedió a un costado del escenario, era la voz coral.
De pronto, la pantalla que cubría el fondo se iluminó de color violeta resplandeciente, y se fragmentó en espirales concéntricos. El órgano rompió el silencio con sonido inicial, seguido de un estruendo de la batería que daba el preludio al concierto. Acto seguido apareció la artista en el escenario, caminando a paso firme y rítmico sobre unos pronunciados tacones. Aplaudía con sus brazos en alto; era una mujer ya madura, de unos cuarenta años, de estatura media y de complexión más bien gruesa. Llevaba un traje ajustado de color naranjo encendido, con patas de elefante que armonizaba su figura. De la vestimenta sobresalían tres soles estampados, uno en cada pecho y otro en su pubis. Malú Soul tenía su pelo castaño oscuro aleonado, y un maquillaje de brillos que hacía resplandecer una amplia sonrisa. Saludó a sus músicos, levantó su mano, tomó el micrófono y dio un aullido al estilo rockero que invadió la sala:
—Buenas tardes a todo este lindo y maravilloso público que viene a acompañarme esta noche. Son todos ustedes muy bienvenidos a mi recital.
La audiencia aplaudió y el grupo que estaba adelante también lanzó unos chiflidos. Lina no pudo evitar sentir un poco de pudor por el ilusionismo de la artista.
—Decirles que el primer tema que presentaré se relaciona con lo importante que es cumplir nuestros sueños, pese a las dificultades, siempre debemos alimentar esa luz que nos anima a continuar adelante. La Canción se llama, fly over y se lo dedico a todos ustedes, para que sigan el camino de sus sueños.
El escenario comenzó a resplandecer de luces, brillos y humo. La pantalla mostraba dibujos abstractos, figuras y animaciones que se transformaban configurando nuevas formas, al compás de la música que comenzaba a sonar, lo cual era hipnótico y satisfactorio. La voz de la cantante era bonita, melódica, y la música mostraba un estilo cosmopolita; fusión de soul, jazz, pop y rhythm & blues. Era una música de estrellas, con un sonido sofisticado de viajes y glamour, tan diferente al sonido local de cantautores de la trova melancólica, y su música de tierra, barro y denuncia.
En el transcurso del espectáculo, la cantante hizo desfilar a distintos artistas que habían venido a compartir su escenario desde distintas ciudades del país, y que habían colaborado en su primer disco de estudio. Ella los presentó con bombos y platillos reluciendo sus trayectorias. A Lina le pareció que ellos le seguían el juego, e incluso creyó atisbar cierto desconcierto en la expresión del saxofonista, quien haciendo eco de la fantasía de la artista, hacía reverencias al supuesto público. En ese momento, las personas que estaban en la mitad de las graderías, se levantaron de sus asientos para marcharse. Y es que a juzgar por lo observado, una buena parte de la audiencia eran vecinos pobladores que, de seguro pasaban por fuera del teatro, y se animaron a entrar más por curiosidad que por interés real de disfrutar de un concierto. A Lina le pareció que Malú Soul debía estar un poco chiflada, realmente era notable la pasión que ponía a su trabajo, pero rayaba en la locura. Ahora mostraba unos videos que había filmado en Madrid, Montevideo y La Serena. El grupo que estaba adelante en cada pausa aplaudía de forma estrepitosa lanzando vítores y silbidos, debían ser sus familiares, pensó Lina cada vez más perpleja de la desfachatada fuerza y energía de la artista.
Al finalizar la última canción, Malú Soul con la cabeza en alto y mirando hacia el horizonte con una sonrisa y expresión extasiada, señaló cual oyera una ovación:
—Gracias a todos ustedes por este caluroso aplauso, son un público maravilloso —hizo una reverencia profunda. Se despidió y se dispuso a tocar el tema final que el público imaginario le pedía. Lina miró a su alrededor y estaba vacío, sólo ella y las personas de adelante, que no eran más que cuatro.
Al finalizar la última nota musical, de los primeros asientos, se pusieron de pie dos personas, distinguió al que era el padre de la artista y supuso que la mujer que le acompañaba sería alguna familiar, de seguro su madre, acto seguido subieron al escenario con un ramo de flores y la abrazaron. Malú Soul emocionada, continuaba dando las gracias y mostraba su ramo de flores al gran público. Lina, paralizada en el asiento, tenía una sensación extraña, en un principio mezcla de pudor y vergüenza por haber sido de alguna manera obligada a formar parte de esa audiencia delirante y ridícula. Pero esa sensación poco a poco fue dando paso a una sensación distinta, se sentía liviana, ingrávida, en un estado de placentera embriaguez, como si en el espectáculo, en extraño rito hubiese sido ungida por una energía emanada de la locura de la artista, contagiándose con su delirio, como si hubiese recuperado un superpoder infantil que un día había desaparecido y ahora retornaba a ella redimiéndola. La fuerza de las emociones que sentía la dejó mareada y absorta por unos segundos, con sus manos y frente sudada. Tambaleante, se puso de pie, hipnotizada por la pirotecnia audiovisual y mental del show, miró a su lado, con sorpresa y estupor vio a su propio padre y a su madre, estaban allí, a su lado con una expresión de serenidad y orgullo, como si hubiese sido ella la artista del escenario. Lina, sin cruzar palabras, enfiló por el pasillo. Sabía que ellos caminaban detrás, la seguían tan cerca que podía sentir sus cuerpos rozando el suyo.
Al salir del teatro Lina ya lo tenía decidido, les invitaría a cenar y ahí les contaría de su matrícula en la academia de baile.
Lindos cuentos y excelentes relatos de la íntima cotidianidad.