Por Juan Manuel Mancilla
Guisela Parra Molina es autora de Piel de culebra (2016, 2018, Editorial Me Pego un Tiro); En racconto (2020, inédito) Lapsos indefinidos y encierros entrecruzados (2022, en proceso). Cambalache (2022, Me pego un tiro). Otros textos están recogidos en antologías de concursos y en plataformas como el Museo de las Mujeres Chile. Ha publicado cinco plaquettes, entre 2017 y 2022, y parte de su trabajo ha sido beneficiario del Fondo del Libro. Trabaja en traducción y edición de literatura, principalmente para Victorina Press (UK). Pertenece al equipo que conduce el taller de narrativa Los Viajeros del Mary Celeste.
Una parte importante de tu vida ha estado implicada en mudanzas y cambios de ciudad y regiones. ¿Han influido en tu escritura tales desplazamientos y de qué manera se manifiestan? Pues esto es una clave importante para los escritores de la zona, preguntarse por la cuestión identitaria: ¿tiendes a persistir en eso de las raíces, el desarraigo o tal preocupación no es relevante para tu proyecto escritural?
He vivido con sensación de exilio, nostalgia. Fueron traslados de sopetón, por necesidad imperiosa de subsistencia, a lugares desconocidos; adaptación forzada a lo ajeno, con una hija pequeñita. Si hubiera emigrado hacia el sur la sensación de no pertenencia habría sido menor. Fue una experiencia extrema bajar del avión en un desierto, cuando lo más nortino que conocía era Valparaíso. No significa que mi vida se haya detenido; mi itinerancia tuvo su lado fascinante, como el contacto que tuve en Arica, académico y vivencial, con el mundo aymara y otros aspectos culturales. Allá comencé a escribir. Empecé a concretar mi compromiso feminista. Luego Iquique, después Serena. Hice varios intentos de regresar a Conce; pasaron 20 años de agua bajo mi puente (ciertamente, no el Zorrilla; ya ni siquiera el Bío Bío, cuya cantidad de agua da pena), antes de que asumiera que no volvería. Y hace solo tres meses, recorriendo sus calles tuve además la epifanía de que MI Conce es la que guardo en mi memoria (la que describí en mi primera plaquette). Quedan vestigios importantes, como la Casa del Arte de la Universidad. Ahí me quedo pegada cada vez que voy, mirando su mural, intacto. Pero lo que siento es algo como “no soy de aquí ni soy de allá”. Todo ese desarraigo y añoranza se ha reflejado en mi escritura, como también todo el aprendizaje que he adquirido. No solo gracias a itinerar por la geografía y la cultura: al tránsito etario no lo vamos a mirar en menos; de hecho, creo que ese es el que hace que el desarraigo ya no me dañe. Y la realidad desde la vejez es un tema preponderante en mis textos. Hoy día, mis raíces están en una Conce que no existe; mi presente está acá, pero no mi identidad. Ya lo acepté.
De profesión eres traductora de inglés-español. Además, has desarrollado una carrera académica y docente en tal área. ¿Podrías contarnos si este aspecto se cruza con tu quehacer literario? ¿Acaso la metodología o algún aspecto de la profesión interviene/interfiere en el desarrollo de los procesos escriturales? A propósito, ¿podrías detallar algún trabajo de traducción literaria relevante para ti?
Las lenguas y el lenguaje son mi identidad, son el sentido. Mi carrera es parte de mí. Por tanto, influye y está presente, en mi escritura, mi quehacer, mi vida. A veces interfiere, en cierto modo; pero si bien el rigor, la exigencia, el perfeccionismo pueden ser un aspecto incómodo de la profesión, son parte de mi personalidad. Quién sabe, tal vez no sea interferencia; sino algo así como obstáculos que dan lugar a reflexión y crecimiento. De hecho, Peter Newmark, teórico de la traducción, sostiene que un buen traductor nunca queda satisfecho. Hace un tiempo vi una entrevista a un autor publicado por Victorina Press; le preguntaron cuántas revisiones hacía a sus trabajos: unas 52, dijo. ¡Me sentí tan identificada! Ahora, desde que jubilé y me dediqué a escribir y a traducir literatura, una parte muy importante de mi quehacer ha sido el taller de narrativa Los Viajeros del Mary Celeste. Sabemos que ser profe es como nacer chicharra, entonces he podido entregar y sentir que valoran mi experiencia y conocimiento del idioma, sus usos, normas gramaticales, de puntuación, estilo. Somos cómplices y mi rigurosidad la tomamos con humor. Con los Viajeros me he sentido viva, útil; a veces, obsoleta, naturalmente, y he aprendido mucho. En cuanto a mi trabajo de traducción, destaco dos experiencias especialmente interesantes. Fue entretenidísimo, placentero, traducir la novela histórica My Beautiful Imperial [Mi querido Imperial], de Rhiannon Lewis; en cambio, en One Woman’s Struggle in Iran [Yo no me quiebro: memorias de una presa política iraní], de Nasrin Parvaz, el detallado, crudo relato de lo que vivió esa mujer admirable fue difícil de soportar. Mientras traducía su toma de conciencia de que obligarla a presenciar torturas era tortura psicológica, descubrí que eso era lo que yo estaba sintiendo. Además, a fines de 2019, traducía una reminiscencia de lo que, afortunadamente, no viví.
En cuanto a tus intereses literarios, ¿con qué autores dialogas o polemizas y si tu propia escritura la podrías/quisieras filiar con alguna corriente o movimiento… o prefieres seguir perdurando en ese estado de escritora fuera de foco?
Creo que en mí el fuera de foco es más ser que estar. Siempre recuerdo que cuando en la U nos tocó leer The Hairy Ape, de O’Neill, mi amiga alma gemela y yo nos identificamos con su leitmotiv: “ain’t belong”. Éramos humorísticas; pero también nos sentíamos pollos en corral ajeno, muy seguido. Ella ya no está, pero yo sigo igual, y dudo que cambie, porque los pollos con que siento afinidad son esos, en la vida y en la escritura: transgresores, disidentes, porfiados; a la vez que abiertos al aprendizaje, con rigor, autocrítica y compromiso. Muchos pueden pensar que mi exigencia es exagerada ─a veces yo también─ y que le busco el cuesco a la breva. Pero los Viajeros del Mary Celeste, entre otros seres fuera de foco, me comprenden. En cuanto a mi relación con otros y otras autoras, no sé si llamarlo diálogo propiamente; pero temática compartida y referencia intertextual hay. Me interesa la escritura crítica, especialmente de mujeres y de perspectiva feminista, aun cuando no sea consciente, como la de María Luisa Bombal. La literatura de las disidencias también me interesa. Suelo identificarme particularmente con Virginia Woolf, porque pucha que es corredora y dispersa la corriente de mi conciencia… Eso me lleva a divagar, y mis textos están llenos de polillas y manchas en la muralla… Por otra parte, muchos son una mezcla de ficción y ensayo. A otros los han calificado como prosa poética. Confieso que cuando he postulado al Fondo del Libro me ha costado clasificar: en realidad, yo creo que las fronteras entre los géneros son difusas, y encasillar la literatura no tiene mucho sentido. Incluso puede ser contradictorio, porque ¿acaso las artes no son una expresión que salta los márgenes, como torniquetes? Solo así se puede visibilizar lo invisible y lo invisibilizado.
También existe en tus textos un diálogo con otras artes, en especial con la música o la pintura. ¿Qué precisa o qué insinúa esta dimensión?
En realidad, creo que tengo una manía intertextual. Así como cuando alguien dice algo no puedo evitar relacionarlo con una canción, lo mismo me pasa cuando digo algo por escrito. Es inevitable. Por una parte, probablemente se deba a que mi vida ha transcurrido en medio de la música y las artes plásticas, desde que nací. Entonces, así como me es inherente la observación, el estudio y la manipulación del lenguaje para deconstruir y construir (al menos eso pretendo), también la música y la pintura son parte de mi identidad. Además, su función y su esencia son las mismas: todas son expresiones y medios para comunicar, para encontrar sentido, para resistir. Todas son indispensables y se entrelazan, inevitablemente.
Barthes planteaba que la literatura está más allá del estilo y de la lengua. En tal sentido, ¿consideras este planteamiento válido u operativo? ¿Dónde estaría tu literatura? (Podrías dar ejemplos, con tu podría obra).
Dicho así, suena a que las normas de la lengua y el estilo no importaran, y mi trauma de profe de tantos alumnos a quienes la lengua les importaba un bledo hace que se me paren los pelos. Pero pensando en Barthes se me quita. Si bien no podría citarlo ni analizarlo después de tantos años retirada de la academia, creo que ese planteamiento es aplicable no solo a la literatura: en cualquier lenguaje, el concepto binario de forma y fondo no existe, el mensaje unívoco tampoco; siempre depende del receptor, con todo lo que eso implica: contexto de recepción, emociones y vivencias, historia, conocimientos. Un ejemplo, a vuelo de pájaro, en Piel de culebra: “¿Por qué era que tus manos estrangulaban mi cintura, mis muslos se tensaban al contacto de los gusanos de tus dedos describiendo su paseo diario hasta hundirse en los pliegues indefensos entre mis piernas resignadas? ¿Era acaso el deseo que hacía temblar a las heroínas de Corín Tellado lo que me embargaba al sentir contra mi vientre esa daga pegajosa que en su ritual cotidiano me apalearía primero las entrañas y luego se resbalaría gomosa y rosada hasta mi boca? No ha habido en mi vida una sensación que se compare a la repugnancia que me invadía todo el cuerpo cuando, rítmica y obediente, con tus manos estrujándome el cráneo, me sobaba tu placer por el paladar hasta la glotis, tu amargor extático y lechoso ahogándome áspero, espeso, en una abundancia mayor de lo que jamás podría tragar. Te amaba y viviría contigo para toda la vida. Te amaba y el sonido de tus pasos al llegar a casa me paralizaba”. Sin duda, la lectura de un hombre, de una mujer afortunada y de una mujer que haya vivido algo similar, serán diferentes.
Hoy pareciera que el arte se ha descargado de su responsabilidad política o que no es asunto de relevancia prioritaria para construir la sociedad. ¿Cómo asumes la posición de escritora en tal escenario? ¿Crees que la literatura debería mostrarse desafiante y ser resistencia frente a los poderes hegemónicos del mundo actual, incluyendo la llamada crisis de representación democrática?
Hace tiempo que el arte no es prioritario para quienes vienen construyendo la sociedad a su pinta capitalista (o neoliberal, da lo mismo). Es más, en el mundo que conciben no solo es irrelevante; sino que prefieren mantenerlo bien aplastado, no sea cosa que vayamos a desordenarles su sociedad. No sé si la expresión a través del lenguaje de las artes es obligatoriamente desafiante y resistente a los poderes hegemónicos: sería como afirmar que Luchín tiene más derecho a existir que el patito chiquito (qué más quisiera yo…), lo cual sería la misma inequidad que vivimos, pero al revés (que la tortilla se vuelva…). Creo que las posibilidades para las expresiones culturales deberían ser equitativas (quizás con algunos escaños reservados para las/les/los históricamente postergados). Huelga decir que, en una sociedad mínimamente sana, corresponde al Estado hacerse cargo de fomentarlas. Hablo de un fomento verdadero, responsable: unos fondos concursables pichiruches cuyos montos se reducen cada año y llegan a un porcentaje mínimo de trabajadores de la cultura no es a lo que me refiero. Lo único que puede contribuir a sanar la sociedad ─o seguir distorsionándola─ es la educación y la cultura. En cuanto a mi postura escritural, siempre ha sido clara (eso espero): transgresora, rebelde, feminista. Por medio de la escritura he denunciado y criticado de manera explícita, como en Cambalache, y de modo, digamos, menos obvio, a través de la ficción. La escritura es el instrumento que me permite encauzar, por una parte, emociones, y al mismo tiempo, mi compromiso. Sobre todo, a estas alturas de mi vida, cuando más me vale abstenerme de manifestaciones con riesgo de guanaco y otros. Si puedo contribuir a la toma de conciencia, aunque sea una pizca, y hacer algún aporte político, social, es por la vía literaria. Y como nací chicharra…
"Gemelas"
“¿Estás segura de que no traías en el vientre gemelas? ¿Segura de que no te quitaron a una al nacer?”, te preguntaba ella, y nos reíamos las tres. Es que yo era su alma gemela, decía, y tú eras más madre suya que sus propias madres, la biológica y la de crianza. A su padre nunca lo mencionó. Yo al mío, tampoco.
Yo creo que sí concebiste gemelas; pero nadie arrancó a ninguna de tu seno: una fue mortinata. O murió en el parto. Simplemente, fue como una planta sin flor. Nació muerta, porque no era apta para la vida. Porque debió haber nacido varoncito. Pero no para que lo vistieran con chalequito celeste, celestes los botones y las cintitas; sino para llenar de orgullo a mi padre, que tal vez necesitara un motivo de satisfacción, quizá porque mirar su propia persona en el espejo no lo dejaba precisamente satisfecho ni orgulloso. Nací muerta, enquistada en mi gemela, mi hermana; idéntica a mí, pero viva. O al menos eso parecía. A ella la vistieron de rosa, con toda propiedad; aunque, haciendo acopio de valor, te negaste a autorizar que perforaran sus orejas, por considerarlo un rito propio de los bárbaros. ¿O habrá sido para que su padre abrigara una esperanza de verla un día equivocar el hemisferio del cerebro al plantear una pregunta, narrar un suceso factual o exponer un argumento? ¿Quizá para que mi padre considerara la factibilidad de permitirme tomar una decisión?
Como sea, tu creatura nació muerta, mamá. Muerta y enquistada. De manera que con el transcurrir de los años y de la vida ─paradójicamente─, el tejido de este quiste se fue necrosando dentro de mí, su hermana de orejas intactas y lóbulos confundidos, alma gemela de una hermana que no tuvo la suerte de nacer de tu vientre ni la desgracia de no haber nacido varón. La necrosis contaminó mi interior, mis años y mis vivencias, y se me esparció por el cuerpo hasta rigidizarme los músculos y corroerme la osamenta. Me invadió los sesos hasta la ocupación total de todo pensamiento y emoción ─fueran estos propios de mujer, de macho o de planta estéril─, y me vació el cráneo de contenido vital.
* “Gemelas” es un microcuento que obtuvo el segundo lugar senior en el Concurso por la Igualdad del Ayuntamiento de Agullent de Valencia, España (2021), y que forma parte de En racconto.
(Recomendamos una columna de opinión de la autora publicado en El Desconcierto, donde realiza un lúcido análisis del lenguaje usado en una audiencia judicial, con sus implicancias culturales y políticas)
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