[Nuevas vías de extravío. Juan Pablo Navia Correa. La Finestra, 2023. 66 p.]
Por Juan Manuel Mancilla
Tal como apunta Zanetti en el paratexto de la contraportada, en esta nueva entrega de Juan P. Navia (1984), el lector se encontrará con un hablante que deambula por diversas locaciones y espacios, entre ellos playas, pueblos, calles y barrios. Y en la diversidad del transcurrir se logra vislumbrar esta constante: una voz baja que enuncia la ausencia, la pérdida y algunas formas del dolor. Reflexión íntima y sentimental que no es el monólogo del sujeto, sino diálogo consigo mismo, a través del cual despierta recuerdos y experiencias en el desplazamiento, lugares referenciales pero también ubicuos de territorios imaginarios como geografías del deseo gatilladas por una poética del trayecto. Así, pareciera que la voz anhelara el encuentro con algo nuevo, aunque paradójicamente ya conocido, y que por alguna circunstancia o acontecimiento ha perdido de su alcance y desaparecido de su vista.
A lo largo de este recorrido también encontramos un registro singular en donde se perciben poemas con una voz más alta y ciertas ganas de gritar o elevar el tono: “Sísifo no tiró la piedra / se sentó en ella / a la mierda —pensó" (59) o en el poema “Púgil”, donde se lee: “escupe sangre en un balde / cuesta arriba la pelea / eventual ceguera por desprendimiento / chequeo de pupilas, suena la campana / otro infierno para volver a la esquina" (39). En ambas citas se desprende cierto hastío en donde efectivamente la melancolía se extravía detonando el reclamo o la rabia. En el primer poema se desmonta hábilmente la figura arquetípica de Sísifo condenado. En este caso, una toma de conciencia y una decisión drástica de “mandar todo a la mierda”. Un desacato, un cese del trabajo, acaso, (auto)impuesto. Asimismo, pero en un plano coloquial, se trae la figura del boxeador que va en picada rumbo a la lona, malherido y exhausto, y que pese a ello, debe volver al combate odiando la “esquina” para seguir dando la pelea “cuesta arriba”. En estos textos se deja ver un ánimo en potencia que tensa la ruta (rutina) habitual y que declara la posibilidad de una nueva vía donde no seguir marcando el mismo paso; deseo de una vida nueva ante el desgaste por la carga, como en Sísifo, o ante el extravío del púgil frente el knock out. Manifestación de una conciencia (poética) que lucha por cambiar de vías, deseando otros trayectos.
Por otra parte, destaca en el texto su forma factual. El poeta ha optado por poemas brevísimos y una estructuración uniforme de sesenta poemas que subdividen el texto en dos partes implícitas. A propósito de esta estructura, pensamos que hay también el deseo de reencontrar un equilibrio, recomponer un orden extraviado. De esta manera, la brevedad podría asegurar doble y eficazmente (para la propia trayectoria del hablante y del lector) que tanto las imágenes textuales como aquella memoria abierta logren frenar el vértigo y evitar también la dolorosa pérdida de cualquier índole. Diríamos que el poema breve es una forma arriesgada en cuanto que puede convocar lo “desprovisto”, sin embargo, en cada uno de los textos, y en un dinamismo equilibrado, la brevedad es hondura, a veces, incluso, resplandeciente, por ejemplo, cuando el poeta evoca “los Judas en llamas" y “el letrero luminoso de Valdivieso” al retornar de un viaje familiar desde Villa Alemana, haciendo el trayecto infantil hacia la casa paterna (9). O cuando observa la “impertérrita luna (...) / desperdigada en el horizonte / golpes metálicos y fuegos de artificio” en una casa sola (10).
A propósito de la nostalgia mezclada con desaparición, hay también en el texto de Navia un marcado “echar de menos”, una melancolía literalmente recíproca con el larismo de Teillier, que, a veces, podría tentar demasiado cerca la voz tutelar del poeta: “Son los pasos que dejamos en viajes mágicos / en medio de senderos y nubes tras la lluvia" (28) o “El bosque lo atraviesas solo / permite ser guiado por la niebla espesa" (56). No obstante, pensamos que este diálogo intenso y permanente con Teillier bien podría ser una especie de reconocimiento como expresión de filiación amistosa e identificación tanto poética como afectiva, y quizás también un estado en tránsito hacia el reencuentro de esa voz poética chilena perdida, hoy tan necesaria, cuando estamos sumidos en un trance histórico asfalto de todo, sobre todo de sensibilidad y ecología tanto doméstica como medioambiental.
Nuevas vías de extravío nos lleva a deambular por territorios concretos e imaginarios, en donde la poesía impregna y altera el peso de la realidad: recargada de melancolía, pérdida y quebranto en cada uno y todos los reveses que suelen asolar la existencia humana. En ese callejón, a veces sin salida, la inquietud poética y su política de desbarajuste y alteración permite abrir el recodo, sortear y encender nuevas rutas, inciertas, por cierto, pero que permiten “continuar la marcha”, como aquellos caminantes del final de Hijo de ladrón de Manuel Rojas, en cuya precariedad nada les detiene, asumiendo lo propio: la inmensa libertad de seguir. Así, una imagen hermosa nos deja el poeta, acorde con la idea de emprender el vuelo, seguir la ruta, embarcarse y continuar: “los cordeles de la ropa / son tránsito de hormigas ávidas de vid” (51).
Leo estos versos no como caminos de extravío, sino los del anhelo por descubrir esa extra-vía que precipite hacia algo nuevo y no el precipicio, por el contrario, llegar quizás a un lugar y tiempo inhabitado y por poblar poéticamente. Es deseo que quienes transitamos como hormigas por esos cordeles estemos llenos de ese ímpetu espirituoso, ávido de vid, que la gula de seguir nos embriague el ánimo y nos levante como un ave errante, cantando por la ruta innominada.
Comments