[Efímera. Bruno Montané Krebs. Ediciones Contrabando, 2022. 94 p.]
Por Juan Manuel Mancilla
Desconozco los casos, pero no deben ser abundantes, en que un poeta escriba una novela sobre/para otro poeta. La ecuación es compleja, aún más sus múltiples factores imposibles. De todas maneras, a esta lista invisible se suma sin duda Efímera, reciente publicación del poeta porteño radicado en Barcelona Bruno Montané Krebs.
La nouvelle, la primera del poeta, aborda el viaje efectuado por un joven nicaragüense cuyo destino es un puerto encallado en la costa pacífica del confín del mundo hacia finales de siglo XIX. La ciudad de destino es Valparaíso y es ahí donde vemos desenvolverse y transformarse a Félix, un personaje sorprendido con lo que observa y ve en esas tierras nativas europeizadas en un contexto finisecular, coincidente también en el momento en que la poesía local detonará un cambio global nunca visto desde esos espacios del fin del mundo.
Así, Valparaíso se nos muestra, además de la ciudad portuaria agitadísima y despierta, como aquel espacio que propició el nacimiento de un poeta incomparable y singular. Este espacio citadino y estimulante se observa en la narración como la réplica a escala (pequeña) de la inglesa Liverpool, pero a la vez como una tierra enclavada a los pies de cerros rurales en donde al lado de una fuente de Neptuno crece y cohabita un matorral.
Del mismo modo, se nos muestran algunos episodios de Félix en su estancia por la capital, Santiago, una ciudad “a la moda epocal”, replicando a escala cierta imagen parisién que despierta ensoñaciones en este joven centroamericano de paso por Chile. En el recorrido del poeta se logra evocar, por ejemplo, el recientemente inaugurado ensanche del Parque Forestal y el Museo Nacional, la Alameda y el Castillo del Cerro Santa Lucía, transformaciones del elemento nativo que de alguna manera anticipan la metamorfosis que encarnará la propia poesía que está creando este joven escritor en sus andanzas por ese también jovencísimo Chile.
De esta manera, la obra nos va desmadejando el breve pero intenso paso de un aspirante a poeta y migrante, quizás no por las tierras del sur nativo americano, sino por las recientemente surgidas ciudades del fin del mundo, mundo que también comienza a globalizarse y expandirse como la propia mente y corazón del centroamericano Félix.
Sorprendido se ve por las conductas y costumbres de una sociedad (chilena) remezclada que toma once, es decir, que bebe té a la hora de la otrora usanza anglosajona. Un país de inmigrantes alemanes e italianos que manifiestan una conciencia (de clase y de política) interesada en la poesía, el arte y la hospitalidad, por ejemplo, como la del hijo del mismísimo presidente de la República. Un Félix poeta a gusto por la importancia y lugar que tienen las bebidas espirituosas en esta sociedad (de poetas), donde no existe el temor a tomar las botellas hasta vaciarlas. Un joven poeta también sorprendido por el flechazo amoroso, latiendo juntamente con el pálpito poético cuando embriagado camina por uno de los cerros de la ciudad y tiene un encuentro único y deslumbrante con Patricia, otra poeta como él, en cuya irrepetible compenetración visual llega a expresar: “una fracción de tiempo o una eternidad, un tiempo que me habría gustado que nunca hubiese acabado, o que nunca hubiera existido” (p. 41).
Nos preguntamos, ¿acaso no es este el carácter residual de lo efímero? ¿aquella brevedad eternizada, esa manifestación innominada (Benjamin) que perdura detallada como una imagen única e irrepetible?
Los epígrafes que abren el texto corren el velo y nos adentran en la vida de uno de los más extraordinarios poetas originarios del nuevo mundo que no necesita presentaciones: Rubén Darío. Sin embargo, aquí está el gesto llamativo y relevante de la obra que entrega Montané K., el hecho de situar la temporalidad histórica de su relato cuando aún la figura magnífica del poeta no existía, menos su marca registrada que posteriormente significó su nombre como uno de los más relevantes escritores surgidos desde este punto del planeta.
La nouvelle centra su foco en la poesía como una energía que no solo mueve, sino que conmueve, es decir que provoca conmoción en los cuerpos y en las cosas. Una energía que insta al desplazamiento, una disposición anímica que se propone eliminar fronteras de todo tipo y orden, cuyo impacto sociopolítico y discursivo, hoy impugna confrontativamente las leyes que fijan límites y ponen cerraduras donde simplemente no las hubo. La poesía se manifiesta en el cuerpo de este poeta como una energía impulsiva que desmarca diferencias, nacionalidades, estatus, condiciones y privilegios. Una forma de habitar el mundo (poéticamente) que supera la separación y distinción entre seres humanos.
En tal sentido, el viaje que plantea Montané K. a propósito del joven poeta Félix, no solo se trata de una fabulación artística, sino que la leemos ante todo como una declaración recargada de política para el presente. Aquí la poesía está encarnada en el cuerpo de un sujeto que transmite su mensaje de libertad múltiple: de movimientos, de pensamientos, de sentimientos, de deseos. La poesía borrando fronteras, relevando el cliché, porque su lugar común es la ocupación, toma y transformación de la expresión contraria: el cierre, la prohibición, la prevalencia de una burocracia mercantil que permite u obliga a desplazar a los sujetos, ya para ser bienvenidos en tanto consumidores convulsivos, u otros muchos para ser expulsados de los lugares y destinos a los cuales arriban por ineptos.
En este caso, la nouvelle de Montané Krebs muestra el otro lado del migrante perseguidor de sueños, quizá el auténtico sueño americano, todavía dispuesto a recibir y dar, en este caso, regalando poesía a cambio de brindar y recibir hospitalidad. Así Félix no es más que uno y otro ser humano que decidió emprender el vuelo de su tierra natal (Nicaragua) hacia otras latitudes impulsado por un sueño, un personaje que, inducido por el hálito de las musas, migra como las aves hacia otro punto planetario, allegándose hacia esta tierra del confín austral para ser poeta. Así rememora Félix su tránsito (breve) por el extremo sur del continente:
He procurado mantener cierto orden en mi narración, pero puede que a veces haya olvidado algún detalle, adelantado o atrasado el orden de algún acontecimiento.
Relatar episodios que ya han sucedido hace tiempo es intentar reconstruirlos en parte y, aunque uno no quiera, la imaginación siempre logra entremeterse en ese delicado asunto. De hecho, la imaginación que intenta ser fiel quizá es más verosímil que los recuerdos que se presentan desnudos ante la pluma y la memoria, desnudos y secos como un hueso, o, no sé si aún peor, empecinados en hacer pasar las hojas de un libro que hace tiempo ha comenzado a deshojarse. (p. 49)
Consideramos como una palabra clave, como punto axial del fragmento imaginar. Porque imaginar es alterar el orden, la posibilidad de no subordinarse a ningún precepto establecido. Por el contrario, imaginar es el lugar y punto de partida para comenzar a crear: sueños, espacios, sentimientos y deseos irrefrenables por descubrir y querer que otro mundo no sea imposible.
Finalmente, no podríamos obviar una escena que cierra y anticipa lamentablemente este otro mundo (¿el del norte global?) que adviene con el nuevo siglo, cuando Félix, ya transformado en poeta y en el viaje de regreso, observa:
Casi un mes más tarde el barco llegó a Panamá. En el puerto nos sorprendió una infausta y funesta escena que solo algunos de los pasajeros que estábamos sobre cubierta pudimos comprender. De pie o acodados en la pasarela vimos que en uno de los muelles se hallaban emplazadas unas jaulas enormes donde estaban encerrados un centenar de hombres desharrapados. Gritaban sudorosos y enardecidos mientras los guardias los vigilaban, y a ratos, les imprecaban. Los guardias golpeaban los barrotes para aplacar los gritos de esos hombres a quienes al parecer se les había encerrado por protestar ante el mísero pago recibido a cuenta del durísimo trabajo realizado en unas obras del puerto. Asqueado por tal escena, preferí no bajar al muelle y privarme de una visita a la ciudad. (p. 93)
La imagen propuesta da cuenta de lo inversamente vivido por Félix en tierra chilena, pues es testigo de algo que le conmociona, la operación funesta de lo inhumano: el vejamen criminal. La escena si bien da cuenta de las formas inhumanas del trabajo contemporáneo, también despierta aquella misma escena epocal cuando los aborígenes patagónicos y fueguinos eran enjaulados y secuestrados con destino hacia cualquiera de los zoológicos “humanos” creados en Europa para el divertimento y recreación supremacista.
Del mismo modo, la escena funciona como la versión terrorífica del propio periplo del poeta en la contemplación atroz que destruye y tensiona las experiencias de su viaje y descubrimiento poético dichoso. Una imagen que describe plenamente el atentado contra la imaginación y los sueños, en este caso, la sensibilidad artística tanto del personaje intratextual así como también la mirada ética extratextual despliegan doblemente esa potencia de la poesía para enfrentar los regímenes del mal, una conciencia ética y artística que nos retrotrae del pasado al presente a propósito de encarcelamientos humanos de toda era.
He ahí lo poético que despierta y desbarata la obra de Montané K.: contraponer a la libertad de la imaginación el choque de la esclavitud, la fuerza contraria a la poesía y a la energía del amor concitada coherentemente con el primer epígrafe del propio Rubén Darío que abre la obra: “La historia, a veces, no está en lo cierto. La leyenda, en ocasiones, es verdadera...”.
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