Por Ricardo Olave
A tres años de su última publicación, el escritor temuquense Diego Rosas regresa a las estanterías, esta vez de la mano de la prosa con La mugre, su primer libro de cuentos que ya está disponible en librerías y a través de internet. Publicado por editorial Forja, el psicólogo elige un título que no es al azar. La obra contempla ocho cuentos que rozan con los problemas presentes en los servicios de justicia, así como da espacio desde el sarcasmo y la risa para analizar la depresión, la vigilancia o la violencia.
Los relatos que componen las 144 páginas pasan por las experiencias de un mesiánico adolescente evaluado psicológicamente, una profesional cansada de trabajar con la memoria de víctimas, un adulto que padece de tormentos durante su cesantía, una familia asfixiada por las visitas de los trabajadores sociales o un niño que se extravía en un barrio donde la realidad se le torna monstruosa; fragmentos donde no prima lo realista, sino que el escritor juega con sus distintas influencias, tanto de la literatura como de otras fuentes.
Rosas se declara fanático del cuento. Si bien no es el género que más consume cuando lee, sí es el que prefiere en términos de creación literaria. “Yo empecé con los microrrelatos y de ahí me mudé al cuento. Para mí esta transición de la poesía a la narrativa no me parece tan en sí una transición”, explica, y agrega que escribe tanto prosa como verso desde que tiene memoria, y que hoy expone un salto de fronteras, al elegir una editorial de la capital para que su escritura llegue a nuevos lectores.
En una conversación telemática, el poeta y escritor develó detalles de la reciente obra estrenada.
—Fernando Pessoa, uno de tus escritores inspiradores, habla de que prefiere la prosa por sobre el verso como modo de arte. En este sentido, tu primer libro fue el poemario Resquemores, de Editorial Bogavantes en 2019. ¿Por qué esta incursión en estos dos estilos? ¿Qué es lo que te llama la atención de la prosa?
—Cuando empecé a escribir, partí por canciones que mudaron a poemas, pero creo que uno de los momentos donde me tomé la literatura en serio, así como “vamos a publicar libros”, se relaciona con la prosa, la narrativa y más específicamente con el cuento.
Me declaro fanático del cuento. No es el género que más consumo pero sí al que más aspiro. Me gusta su formato corto y condensado. Yo empecé con los microrrelatos y de ahí me mudé al cuento. Para mí esta transición de la poesía a la narrativa no me parece tan en sí una transición, porque uno suele escribir distintos textos simultáneamente. Cuando estaba con Resquemores, editando, ya estaba trabajando en La mugre.
Para mí, uno escribe y punto, más que adscribirse a cierto tipo de género, como muchas veces se definen por cuestiones editoriales o estilísticas. Uno escribe, edita, después se le pone el nombre al monstruito. Y en lo particular, ya que mencionas a Fernando Pessoa, creo que es una buena referencia de lo misceláneo que puede resultar la literatura, en una narración poética donde hay libertades para ensayar sobre el pensamiento, longeva y progresivamente, o levantar voces escindidas, a través de heterónimos que se distancian entre sí. El proyecto literario se va esclareciendo en el camino, pero se tienen de antemano pautas. Me gusta ese planteamiento e, insisto, uno, antes que nada, escribe.
—El título elegido no es al azar. La mugre contempla ocho cuentos que rozan con los problemas presentes en los servicios de justicia, así como da espacio para analizar la depresión, la vigilancia o la violencia. ¿Por qué decides escribir de estos temas?
—La respuesta deviene un poco de que muchas veces me vi ficcionando con lo que me sucedía mientras trabajaba, imaginando historias algo inverosímiles pero que no dejaban de convocar algunos temas sociales y políticos que vale la pena conversar, como lo es la infancia, el trabajo, la burocracia, el control social. Aunque también se incluyen aspectos más banales y, por qué no decirlo, del cotidiano, de relaciones humanas entre personas con su salud mental comprometida. Si bien uno es psicólogo, uno también opera por metas e indicadores, mediante las ciencias administrativas, que parecen dominar cómo se toman hoy en día las decisiones. Podemos disfrazar eso, pero al fin y al cabo rendimos cuentas a servicios que sacralizan la autoexplotación y que buscan culpables cuando algo se sale de los márgenes.
Comencé a notar representaciones que me parecían interesantes para crear algunas historias. Al momento de hacer La mugre, una de las cosas que más me complace es que un mismo relato tiene distintas capas. No es solo un texto, son varios, y creo que en la experiencia de trabajar en los servicios de justicia me permitió eso, tener que ver un poco de todo. Muchas veces, lo que denominamos “un caso”, termina siendo la manifestación bruta de constricciones muy profundas, que parten de generaciones, de instituciones y que hoy se expresan en esto, apagar incendios, gente mandatada a “reparar” los desencajes, lo que no sirve.
Cuando yo veía la vida de chicos que ya pasaron por el sistema, que fueron institucionalizados, que fueron intervenidos y que ahora son casi adultos, me encontraba con distintas sorpresas. Veía detenidamente y decía “aquí está todo”. Aquí convergen las problemáticas que presenta mi país. Vale decir que estas vidas crecieron, se subjetivaron en un entramado de relaciones de control, con abundante coerción y violencia simbólica proveniente de nosotros, quienes intervenimos. Es violento irrumpir en la vida de otros, educarlos a la fuerza, obligarlos a reordenarse porque así la ley lo indica, mandarte de aquí para allá porque si no habrá más consecuencias.
—A lo largo de la historia, diversos autores han hecho uso de sus experiencias profesionales para darle vida a personajes e historias. ¿Cómo es escribir desde tu rol de psicólogo forense?
—En un principio era algo que yo no quería. No quería escribir historias desde la posición de un psicólogo, trabajador social o psicoeducador, las caras comunes que responden a los tribunales. Eso cambió con mi inserción laboral. Me pareció necesario darle voz a esa gente anónima que sufre en silencio, entre contradicciones éticas, tareas que les resultan fútiles, pero que deben hacer de todas maneras, o desde el estrés que se experimentan por la sobrecarga, o la sobreexposición continua a la violencia. La traumatización vicaria es algo de lo que se habla muy poco.
Los cuentos de La mugre no son realistas. Hay tensiones, sátiras, ensoñaciones y cosas raras. Es un libro que habla del trabajo, que intenta reconocer algunas deformaciones del mismo. Adentrarnos en lo que sienten los trabajadores nos permite acceder a nuevos imaginarios. De ahí parte la relación con la mugre, que en el fondo es esta suciedad pegándose en tu cuerpo, en la piel, reptando por tus poros hasta lo profundo de tu psiquis. La mugre es lo que pasa con toda persona que está continuamente enfrentándose con un sistema que muchas veces falla, que les produce impotencia. La suciedad se introduce y claro, la podemos esconder, pero tarde o temprano saca una boca y una lengua; habla por nosotros.
—¿Con qué más se pueden encontrar los lectores más allá de esta realidad de los centros de menores?
—Yo creo que en La mugre podrán encontrar quizás un poco de entretenimiento. Creo que la función del entretenimiento en la literatura es importante, sin desmerecer lo estético. En ese sentido, la producción de estos cuentos se vale de lenguajes que están más allá de lo típicamente literario. Hay influencias que tomé como el fanático de la televisión y de las películas que soy. Me complacería mucho que los relatos a más de alguien le toquen la fibra, pero espero que eso ocurra en medio de risas o de encontrarse con los famosos personajes espejo. Creo que estas historias podrían haber tenido un tono más solemne, pero para mí habría sido latero, exacerbando dramas o ir merodeando en algo que pretende ser más imparcial, pero sin carne. Por eso traté de tomar otra dirección, pero, bueno, yo estaré contento si encuentran sobre todo rarezas en este libro, emociones incómodas y momentos memorables.
—¿Podríamos decir que podemos pasar de la risa hasta la sensación de rabia?
—Sí, podríamos decir que sí. Vivimos todo el tiempo con emociones contradictorias, a veces inefables, difíciles de descifrar y traducir. Se nos agotan las palabras, pero acá nuevamente nos servimos del lenguaje para intentar ordenar eso y qué mejor que la literatura sirva de lienzo.
—Algo no menor es que tu segundo libro sale por Editorial Forja, de Santiago, derribando esta frontera del sur para apostar a un alcance nacional. ¿Qué significa dar ese paso para ti?
—Para mí, por un lado, significa mostrarse, exhibirse, que es la pared a derribar cuando uno toma el paso de ser escritor. Por otro, creo que lo que más importa es la obra y la difusión. Por lo menos soy de esa postura. La decisión también pasa por pretender una mayor distribución. Algo muy importante es que los libros circulen, que la literatura llegue a distintos rincones; consejo que me dio un admirado escritor de acá de Temuco, Pablo Ayenao. Se requiere de apoyo, pero también determinación. Es un paso y también es una prueba para ver cómo funciona.
—Te criaste en una generación con acceso al TV cable y al internet, donde tú admites ser un consumidor de televisión. ¿Qué significan para tu proceso creativo las influencias provenientes de las caricaturas y las series?
—Las influencias se cultivan de tal modo que no se es tan consciente de las mismas. Me pasa que, al momento de crear escenas o diálogos, me recuerdo parodiando. Esto es resultado de toda una infancia absorbido por las caricaturas del Cartoon Network o del Nickelodeon. Esos dibujos animados como Bob Esponja, La vaca y el pollito, Las chicas superpoderosas, los hijos de gente muy creativa y muy loca. Creo que aquello me ayudó a desarrollar esa tendencia a llevar algunas situaciones y vivencias al límite de su propio humor, aunque ello no sea garantía de risas o gracias. Creo que está muy incorporado en mi experiencia de vida, reducir a lo absurdo, buscarle lo ridículo a todo.
Las influencias más evidentes en lo literario se ejemplifican en la bajada de cada cuento. De autores chilenos, siento que mis mentores son José Donoso y Diamela Eltit. Otros viejos maestros y clásicos universales son Kafka y Dostoievski, mis amores de la adolescencia y primeros examinadores del alma y de las jaulas que fabricamos. Me gusta también mucho también la obra de algunas autoras contemporáneas latinoamericanas que he tratado de ir devorando, como la Mariana Enríquez, Mónica Ojeda y nuestra coterránea Nona Fernández. Otra leyenda que estuvo muy presente a la hora de escribir este libro fue David Foster Wallace. Su herencia es poderosa, porque tiene una pelás de cable que me resultan frondosas, tremendas, inagotables. Esos nombres te puedo dar. Lo demás es darse color, como en Rayuela. Mis respetos a Cortázar, por cierto.
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