Apuntes sobre Fantasmas, de Romero Mora-Caimanque.
Romero Mora-Caimanque comenzó a escribir este libro a los 19 años, y lo dio temporalmente por terminado a los 24, según nos cuenta en una nota introductoria a esta segunda edición. La primera data del 2018, en versión digital firmada por Roberto Mora Aguirre, su nombre civil. Pienso en el gesto de algunos poetas jóvenes de Temuco al revitalizar el uso del seudónimo, una práctica de alguna manera cancelada hace ya bastante tiempo y que uno asocia a los vates de principios del siglo veinte, con ecos tardíos en sus postrimerías. Me ha llamado siempre la atención este revival que se conecta con el username de las redes sociales o el nickname del messenger y los video juegos. Los seudónimos de estos autores son más bien conceptos, símbolos de un estado de ánimo, extrañas mezclas de clasicismo y humor: Garza de los Dolores, Morgana Drakaina, Sixto Pietro, Ulises de los Monicongos.
Luego de esta digresión preliminar, quisiera partir señalando algunas posibles entradas a esta segunda edición de Fantasmas (ediciones Tortuga Samurai, 2023), firmada ahora por Romero Mora-Caimanque Aguirre. El gesto inicial de tachar su nombre civil nos retrotrae inmediatamente a La nueva novela de Juan Luis Martínez. Un guiño a la neo vanguardia que no es casual. Fantasmas continúa el largo diálogo entre poesía y artes visuales que Jorge Polanco ha caracterizado en algunos estudios críticos, distinguiendo entre “la práctica de escritura ligada a la imagen visual, en lugar de la imagen lingüística y/o literaria […] El concepto de imagen visual implica el uso de elementos textuales, fotográficos y objetuales, entre otros recursos provenientes principalmente de las artes visuales, donde la mirada recae más que en el significado de las letras en la iconografía […] La imagen literaria, en cambio, imbrica la significación mental comprendida en el uso literario de las palabras”. En Fantasmas creo ver los dos mecanismos: la abundancia de imágenes mentales que sugieren las palabras y, por otro lado, el despliegue de una serie de imágenes visuales, desde una portada con ecos de El dormitorio en Arlés (versión en desorden), el pantallazo de un email, unas nubes azules en crepé, dibujos en papel diamante (una cortina desencajada, un perro durmiendo en una esquina de la página), el desplazamiento de la fotografía del autor -de la solapa a las páginas finales del libro-. Finalmente, un sobre pegado al interior de la contratapa, una hoja con un poema dentro del sobre. Todos estos elementos intentan expandir los significados, no sorprender. Romero Mora sabe que la poesía no está para trucos de prestidigitador y la letra, los poemas de Fantasmas, dan cuenta de ello.
Existe algo en esa nota introductoria del comienzo que marca una consciente distancia con el contenido del libro, no así con su título, y que parece no ser solo distancia temporal, sino que se relaciona con el ethos aquí presente, con la poética y su práctica. Dice Romero Mora: “Ya para mí algunos de estos poemas son demasiados distantes para encontrar su sentido y corregirlos”.
Leo estos poemas donde abundan los fantasmas literarios del autor: Carrasco, Bukowski, quizás las dos presencias más importantes, tanto por el tono, la prosodia, el ritmo, como por la semántica. Pero también la figura fundante de Bolaño. Si las enumeraciones al estilo de: “por ejemplo: a, b, o c” nos recuerdan al autor de Calas, el diálogo de 1 y 2 en un poema nos remite directamente a ciertos relatos del autor de Llamadas telefónicas. Se busca una mujer es una omnipresencia, o el amor como un perro del infierno. Fantasmas es un libro que de alguna manera les rinde, explícitamente, tributo: nada de ocultar las filiaciones. Agregaría también la figura de Enrique Lihn en varios textos y en el uso del versículo que Romero continúa también en toda su poesía posterior de Motivos, escenas y gorriones. Menos evidente es la presencia de Teillier, al que nombra por ahí. En algunos casos está la libertad del automatismo síquico para expandir el imaginario y no ceder en cierto ritmo asincopado (principalmente en “Dermatitis y soriasis (Fantasmas 2))”.
En un inicio señalé la edad del poeta porque creo que este libro recoge también ese gesto de Rimbaud (otro autor citado) de la escritura precoz y juvenil, el poeta como ángel caído con la marca de Caín en la frente. Romero es explícito en no querer alterar en esta nueva edición ese grito primigenio, esa mirada, ese “perfume tímico” (en palabras de Greimas): “respetar su primer sentido”. Existe algo en esa mirada sobre su génesis literaria, con la que podemos o no estar de acuerdo, pero que siento válida: la reconstrucción de una historia que es tanto ficción como biografía y que lo construye a sí mismo en el presente. Así como algunos autores reniegan de sus primeras obras (en nuestro país es emblemático el caso de Pedro Lastra quien de su primer libro rescata un solo verso y el de Enrique Lihn empecinado en hacer partir su obra con su tercera publicación), Romero parece ir en sentido contrario y va al rescate de ese libro inaugural.
En el poema “Fantasmas” el poeta realiza un ejercicio de viaje hacia el futuro, un flashforward donde le habla desde el poema a su sobrina (estando ficticiamente muerto). Hay ecos de los monólogos de La pieza oscura, y el despliegue de una idea que obsesiona a Romero: la muerte física, la desaparición, el paso del tiempo. Quisiera destacar el trabajo con el lenguaje, eso fue quizás lo que llamó mi atención de este libro cuando lo leí por primera vez en el lejano 2016, el riesgo que se corre de un poema a otro, la desestabilización de los propios discursos aprendidos. En ese sentido es que la incorporación de un poema como “Dermatitis y soriasis (Fantasmas 2)” viene a extremar esos recursos a un límite que la propia escritura de Romero deberá considerar o desechar en sus derroteros y posibilidades presentes y futuras. Creo que a eso debe estar atento este poeta, a cuanto de lo que aquí se insinúa es aconsejable tomar/continuar y cuánto es testimonio de una época, simple euforia y disforia escritural.
Romero es, sin duda, un antropólogo y actúa a ratos como si el poema fuera otra arista de su trabajo de campo, al estilo de lo que hace Jaime Pinos, pero con mucho Whitman también, mucha locura beat, mucho zen chileno y sudaca. Todo el libro es una invitación a buscarse, una propuesta de camino, una amable mano extendida hacia el corazón del lector. “Ojalá este texto te guste” señala al inicio. Y en el poema final escribe que su oficio es “construir tallar tejer martillar programar atornillar pequeños amuletos que luego llamo poemas”. Romero escribe en contra de la idea del poeta como iluminado, del poeta como mesías, sin embargo existe algo que se niega a ser simplemente palabra que se enuncia, hay también una confianza que nos puede ayudar a cruzar el día, con una nueva fe por las palabras que vuelven a nacer en quien lee: “hay espejos –tus ojos, p ej., lector”.
Que la colección en que se publica Fantasmas, lleve por título “Mala memoria”, me parece también un gesto importante. Bastante se ha insistido sobre la memoria, el territorio, la identidad, que ya son palabras que debemos inventar de nuevo. Sobre ese sustrato trabaja Fantasmas: no la memoria, sino algunos recuerdos imperfectos de quien recrea una escritura fantasma para contar un pasado poblado de amigos, hermanas, padres, fraternidad, poetas desquiciados, vecinos drogos, afecto y marginalidad.
“Escribo y canto”, señala el poeta en “Sur del mundo”. “Más de algún rapero debe ser un ángel sin saberlo”, enuncia en “PD”. Libro traspasado de acordes en ácido y tango, metal, jazz, Violeta, Spinetta, pop sonando en el parlante que el poeta sintoniza con sus amigos en una esquina de la población. Un poeta debe saber escuchar, un poeta debe ecualizar tanto los libros como la calle. Esa es una de las lecciones que Romero Mora se atreve a proponer y el regalo, también, de una porción no menor de naturaleza en estado salvaje: “tres nubes pequeñas / y nuestra posición de pinganillas o samuráis / que es lo mismo según el hip hop desde el que se mire”. Hace cuánto no escuchaba la palabra “pinganilla”. Pinganilla y samurái: notable definición de lo que es un poeta hoy en día, o esa aleación de “búsquedas, paranoia y hermandad”.
Ricardo Herrera Alarcón
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El libro Fantasmas se puede descargar aquí.
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