[Texto leído en la presentación en Valparaíso Profundo, jueves 5 de septiembre de 2024]
Por Luis Riffo
Una frase recurrente de Guillermo Riedemann cuando hablamos por teléfono es “A nadie le importa la poesía”. O también “Los poetas son unos emprendedores”. En esos juicios severos y definitivos, sin apelación posible, veo no solo la decepción frente a la situación cultural de nuestro país, a la farsa que puede ser a veces el oficio de escribir, sino que también veo la búsqueda frenética de un lugar que no esté contaminado por décadas de un neoliberalismo que se nos ha inyectado hasta la médula.
Para alguien que comenzó a escribir en los años más duros de la dictadura, la poesía es un asunto de vida o muerte. Eso se nota en el sentido de urgencia que tiene gran parte de su obra, la denuncia, el testimonio sobre las víctimas del horror. En Para matar este tiempo, por ejemplo, en su primera edición de 1983, desafiaba al poder militar, y en la edición de 2018, confrontaba además a quienes traicionaron y vendieron su alma al capital con la excusa de un rentable realismo político.
¿Será por eso que escribe Riedemann, para señalar a los traidores, para conjurar la amnesia? Podríamos preguntarle ahora: ¿De qué sirve si a nadie le importa la poesía? Guillermo, en todo caso, se resiste a aceptar el rótulo de poesía política. Escribe tan solo poesía, dice, aunque a nadie le importe.
Una poesía que recoge el dolor de los detenidos desaparecidos, de los ejecutados, de los torturados. Mujeres y hombres que viven en la memoria del poeta y persisten en las páginas de sus libros, tal vez porque sus palabras no pueden omitir ese pedazo desgarrado de historia y el cuidado estético con que construye sus poemas, ese delicado mecanismo de relojería con que Riedemann escribe, completa su sentido con una ética irrevocable, irreverente, con la cual rescata del olvido a los compañeros muertos y se mantiene fiel a una causa perdida. No es, creo ver, la asunción de una postura política expresada en el poema, sino la expresión de una experiencia vital, de una memoria personal y colectiva, que alimentan el ejercicio de su escritura.
Guillermo ha querido ser o ha sido sin querer el poeta huraño de la tribu. Un poeta y psicólogo (psicoanalista para más señas), casi un ermitaño que trata de salvar el alma —si es que existe tal cosa— de sus pacientes y después escribe. O antes, no sé. Me pregunto: ¿Qué tanto de esos demonios que debe conjurar en la terapia se meten en su propio cuerpo y luego encierra o libera en sus poemas? Porque sumergirse en las profundidades de un ser humano no debe ser un trabajo impune. Una tarea que significa tal vez ser testigo de lo que ocurre con los ciudadanos de un país anestesiado, incluso hasta la sobredosis en un post estallido que ha dejado como saldo una masa de zombies funcionales dispuestos a devorar cualquier atisbo de vida verdadera con tal de satisfacer su apetito de objetos innecesarios. Zombies que somos todos nosotros, que tal vez tenemos conciencia de ello, pero de nada sirve, porque nada hemos podido cambiar.
“A nadie le importa la poesía”, insiste Riedemann. Y en el fondo debe estar pensando que la poesía es o debería ser un objeto de primera necesidad. Pero estamos tan ocupados en ganarnos no solo el pan de cada día, sino la casa, el auto, el like de cada instante, objetos nosotros mismos de la usura y la manipulación mediática, que ya no distinguimos lo necesario de lo accesorio. Ante ese panorama, Guillermo define la posición del poeta, en el poema 104 de Para matar este tiempo:
El poeta pierde la partida frente al poder
El poeta se opone y enfrenta al poder
Escribe poesía para matar este tiempo
A sabiendas de que la batalla está perdida
Sus temas recurrentes han sido, justamente, el sentido del oficio poético, la crítica del poder, la lucha contra la dictadura (casi al mismo tiempo que la fuerza de la pulsión erótica), la crítica de la postdictadura, las miserias humanas, el amor, la necesidad de la escritura. En todos sus libros, el cuestionamiento acerca de si vale la pena escribir aparece en los más diversos tonos, como en Calle de un solo sentido:
No se lo dices a nadie
sabes que has dejado de amar / que rehúyes
la compañía de quienes fueron tus amigos
y buscas el lugar más apartado del café
para inclinar los ojos sobre las páginas
de cualquier libro que te saque
de la realidad / ni siquiera estás
seguro de haber amado a quienes
dijiste amar / pero eso ya lo has dejado /
el café sabe amargo / evitas el azúcar /
no se lo dices a nadie / continúas
en el intento de unir cinco o seis
palabras que alguien pueda repetir
A veces pareciera que tiene la intención o se siente condenado a enmudecer, pero sigue escribiendo y publicando. Y cuando publica, parece que quiere deshacerse de lo que escribe, para seguir escribiendo. Antiquariat es un libro que irrumpe en medio de la escritura de otro libro en curso, titulado Vía muerta. Algunos de los poemas de ese libro aparecen como inéditos en la antología “Después es siempre antes”, publicado por Bogavantes en 2021, y en ellos se ve una poesía apocalíptica, despersonalizada y objetivista junto a textos que regresan a la épica de la resistencia, al relato testimonial donde se reúnen Eros y Tánatos.
Y entonces aparece Antiquariat, un libro que es, creo, una forma en que el poeta se aproxima al silencio. Hay en él señales de humo que no se pueden traducir de manera inmediata, pero cuyas formas, como las nubes que vemos pasar empujadas por el viento, van cambiando a medida que leemos y releemos, como un eco de voz que parece decir algo que luego es otra cosa y cuyo sonido cautiva como un misterioso canto de sirenas.
Riedemann es consciente de ello desde el epígrafe de Thomas Bernhardt:
¿Cuánto tiempo oímos aún realmente la voz de alguien,
que unos días antes hemos oído en realidad como la voz
de alguien vivo, cuando realmente ha muerto de pronto?
El poeta parece alejarse de los acontecimientos del devenir nacional, de los exasperantes noticieros y ha colgado los afilados cuchillos de la ironía con que fustiga a los poderosos, ha diluido o puesto a descansar al yo poético para desplegar un mundo que no parece tener referentes, o bien los esconde, o son tan universales que no necesitan señalar un lugar o un tiempo de la realidad para decir lo que ocurre en el espacio del poema. O para callar y llenar el silencio con un sentido pleno que no puede traducirse, pero se incorpora como una experiencia que ilumina un lugar y un momento de la vida del lector. Salvo algunas pequeñas señales, todo ocurre en el espacio del poema, en la música de las palabras, como si nada más ocurriera en el mundo.
Esas pequeñas señales son importantes, porque se refieren en su mayoría a términos alemanes que forman parte del viaje físico y poético que Riedemann realizó a la tierra originaria de sus ancestros, y también hay una mención a Tejas Verdes, con la cual nos regresa a uno de sus temas fundamentales: la memoria, los derechos humanos, el compromiso del poeta con su tiempo. Pero lo que predominan son pequeñas escenas atemporales, especies de epifanías que no revelan su secreto o lo dejan librado a nuestra imaginación. Podría decir que Antiquariat es una forma de silencio. Cada poema es un bello misterio y cada estrofa podría leerse como un haikú que encuadra un lugar y un momento que está tan afuera como adentro de nosotros.
Muestra de poemas de Antiquariat
GEOMETRÍA SAGRADA
Si supieras el nombre
de estos árboles,
si al mirarlos un lugar
conocido reapareciera,
¿qué cambiaría?
Siéntate entre ellos
dijo uno,
un monje tampoco
agregó algo más
Son cuatro, no tres
como pensaste al llegar
a ese patio que parece
el hogar de todo silencio
Opuestos y congruentes
los troncos esbeltos crecen
inclinados hacia el interior
No precipitan
la bella voluntad
de tocarse en el centro
POZO
Sentada demasiado cerca
del pozo seco tapado
con maderas podridas,
pone la mano derecha
sobre el hombro izquierdo,
baja y sube por el brazo,
su otra mano lo mismo
en el hombro y el brazo derechos
Es su manera de darse cariño,
se hace cariño a sí misma
Luego las mejillas húmedas,
la parte posterior del cuello,
los antebrazos y la frente,
alrededor una ronda
de pequeños arbustos
sin un solo movimiento
ANTIQUARIAT
a Rainer Köbelin, en München
El padre abría camino,
siempre dijo no sé qué es poesía
pero sé reconocer un poema
Antes de la guerra
buscó refugio tras la frontera,
cuando pudo regresar
su esposa había partido
Pasaba días y noches
entre fotografías y libros,
eso fue hace tiempo
Ahora el hijo liquida
por necesidad,
para disolver a su padre,
para deshacerse en la niebla
DACHAUER Str
Con el viento en la cara,
un día antes
de la llegada del otoño,
mirar la conversación
de las nubes
que se cruzan o se alejan
VANOS
Proliferan palabras interiores,
en cualquier esquina se abren
hacia múltiples direcciones
o el letrero avisa: sin salida
Entonces nacen los círculos,
las líneas rectas que se desploman,
las novedosas ondas
que representan pórticos
cuando no torres de entrada
a puentes en reparación,
sobre esas aguas
que nos miran pasar y pasar
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