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Viaje inconcluso

Anatomía estructural de una ciudad que se parte en dos: un libro dedicado a San Antonio

El puente de Luis Retamales Rozas (Economías de Guerra, 2022)

Por Luisa Aedo Ambrosetti

Quizás pocos mecanismos sean tan propios de la literatura como la metaficción. Hay algo en el arte que atrae inevitablemente al creador hacia su propia puesta en evidencia, hacia su propio desvelamiento, hacia sus propios límites, hacia la propia vivencia. Nos lleva a preguntarnos por qué escribimos. Guillermo Carnero aportó luego una definición convencional: “Metapoesía es el discurso poético cuyo asunto es el hecho mismo de escribir poesía y la relación entre autor, texto y público”.

El premiado libro El Puente, de Luis Retamales Rozas, ganador del Premio Mejores Obras Literarias (MOL) en poesía inédita y mención honrosa de los Juegos Florales Gabriela Mistral en 2021, es un poema extenso que sugiere un repliegue autoconsciente, más que una autorreferencialidad que muchas veces aleja al autor de lo real. Acá difícilmente podemos vendarnos los ojos y no ver los hechos que construyen la poética de un San Antonio (Puerto de la V región en Chile) que habla por un tiempo estancado en la figura de un puente que, a su vez, es la figura de aquello real que está frente a nuestros ojos, como las fallidas políticas públicas que se han generado en el puerto y la ciudad, que lamentablemente se han transformado en una consigna: no mirar atrás en la memoria, la no valoración cultural, la invisibilización de los artistas locales, una ciudad encriptada en instituciones puente. ¿Qué importa si algo está roto? Dejemos de verlo y construyamos uno artificial, pero justo al lado del otro para no desunir la ciudad más de lo que está. En el comienzo la voz nos advierte: “Este poema es sobre un puente que, al tener cierta resistencia, fue capaz de insistir sobre la hierba que creció a su alrededor” (4). Un puente que quedó en el olvido: el puente de lo Gallardo.

Para Federico Peltzer, “el lenguaje del poema es, a la vez, un lenguaje sobre el lenguaje de la poesía y sobre lo concerniente a esta. ¿Qué hace el poeta en tal caso? Enuncia un programa estético, propone y realiza la creación mediante el poema mismo” (1994). Y quizás el poema El puente, más que explicarnos, propone un dispositivo literario que potencia la función reflexiva y analítica de la metapoesía: el poema dentro del poema. Sin duda, el poeta Roberto Bescós en La ciudad que no es marca un precedente sobre la escritura sobre San Antonio de una forma más nítida que otras anteriores. Cuando nos habla de topografías que esta reseñista considera topografías poéticas, veo en el libro de Luis Retamales un recorrido poético e histórico de la ciudad; no son recuerdos antojadizos ni sensiblería oportunista (aunque de malo no tendría nada, porque nos resulta fácil llorar el puerto). Hay un mapa que funciona como dispositivo de lectura, que es importante ahondar también en la escritura de la poeta Florencia Smiths en La ciudad no o en las novelas de Marcelo Mellado, en donde el lenguaje irónico y la hipérbole constructiva dibujan un espacio literario, todas lecturas situadas en un territorio en el que sus núcleos de discusión aparecen irremediablemente: el abandono y la huida de la ciudad-puerto.

Cuando se aborda la obra de Retamales exige dos lecturas. De forma sencilla diré que una es la tradicional, desde el principio, en donde me sitúa en un espacio geopoético, y la segunda, a modo de versículos de la biblia, me permite comenzar a leer en cualquier parte. Porque el poema está enumerado desde el 1 al 358. Además, la voz se comunica y exhorta a distintas voces, creando una comunidad imaginaria de auditores del poema, que no tienen voz presente: el socito, la mamita, la compañera, el guachito, el compa. Figuras que también suavizan y acercan la lectura, alejándola de un método estructurado que presenta el escritor:


Una punta del poema nace en una calle que se corta; cortaba, en la mitad de un bosque que hicieron desaparecer; diciendo que el bosque no es un bosque, siendo claramente un bosque en el poema acá desapareció el obrero que escribió el bosque en un plano blanco del poema para verificarlo pensando que el poema se fue alimentando de este paisaje; que tenemos en frente, guachito querido mío…

El poema El puente es extenso y se necesita aliento, aunque lo leas de atrás hacia adelante o en la mitad del puente, con miedo de caer al abismo. El hablante nos señala: “Querido compañero. La tierra compuso algunas partes del puente, en la extensión territorial de los relieves del poema para decirnos algo”. Acá se abarca también el misterio o quizás escribimos con el afán de poder entender algún día por qué esta ciudad sigue escindida a los pies de un río, porque ni el cauce llega a la fuente. Entonces:


El puente se ha convertido en el poema


Este poema es sobre un puente y a ratos no es sobre un puente, creo no dejarme engañar por los sentidos


¿Será el poema el dueño de este poema?

Lo que distingue a El puente de otros libros de poesía es que con cada verso se escucha poco a poco el poema. Es interesante leerlo en voz alta como si fueras quien lo escribe, o una de las voces a quien le habla el poema de vez en cuando, como quien mira desde el Maipo este puente cortado, precisamente donde está el puente olvidado, objeto de este poema.

Porque esto no se trata de personificaciones odiosas, tampoco sólo del metapoema.


Alguna vez la vida de este poema sobrevivió a la catástrofe de sentido que se percibe en la ciudad, alguna vez este poema realmente no fue un poema, y aún si escribimos el poema necesitamos el poema sobre el poema de la tristeza de rompernos en dos, de separarnos de la ciudad


Cada punta del poema nos dice “No se puede vivir en la ciudad, solo en el poema”, ya lo ha dicho el poeta Roberto Bescós en la citada La ciudad que no es: “esta ciudad que se deja arrebatar por el viento es como sueño quebrantado antes del alba/fragmentos paliduchos”. En el puente se reitera: “No se puede vivir en la ciudad, solo viven mutantes que desaparecen en los reflejos del agua. Nos volvemos irreconocibles ante los ojos de otros”. De esta forma, San Antonio se torna irreconocible entre los escombros de la realidad, el mar se transforma en el mall.

San Antonio es la ciudad de la ilusión constante de una reconstrucción que no llega. Ni la memoria. Apenas.

San Antonio es la ciudad de las paradojas donde los trenes viajarán sobre la nada, porque tierra firme ni hay.

San Antonio espera un puente que una a sus habitantes y deje de arrojarlos a la mar de otros puertos o capitales.

A veces es mejor mirar el mar desde los vidrios impolutos de un patio de comidas de un mall de cartón (construido en la ciudad sin la voluntad de quienes la caminan), donde la carne no es carne, donde los colores no son colores. Donde todo está deslavado como nuestros corazoncitos que nos hacen marchar de la ciudad: ¿Las personas que viven aquí entienden que la ciudad se construye para otros, contra todos, que la ciudad se piensa sin ellos? Así lo retrata la voz en El puente:

Entonces te paras en medio de la ciudad y gritas hacia adentro. Porque ni el colectivo pasa. Y la lluvia te moja y el frío te quema. Ahí en el medio del puente estamos colgando, esperando que el poema estire sus brazos y nos sostenga por un momento en la ilusión de re-encontrarnos con la ciudad.



 

Luisa Aedo Ambrosetti. Poeta y Doctora en Literatura. Autora de los poemarios

Desierto marino (Edipos ediciones) y Desmarejada (RIL editores).

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